Algo debe estar
haciendo aguas en nuestra sociedad cuando cada vez es más frecuente la vejación de los que enseñan, la agresión a los que sanan, y la difamación contra
los que administran justicia. Persistentemente, a la vista queda, se maltrata,
atropella y revuelca a los tres asideros
de urgencia que toda sociedad tiene para promover, en última instancia, su
regeneración desde la dignidad: La enseñanza, la sanidad y la justicia.
Es como si el contubernio judeo masónico, al que tanto aludía el dictador, se hubiera
convertido, pasada ya una generación
sociológica, en la “confabulación del repelús”, de tal modo que conceptos como
disciplina, autoridad y respeto, hayan dejado de ejercerse por miedo a que se
nos ubique en el bando ideológico contrario.
En el manual
del buen demócrata nunca han dejado de estar vigentes palabras como educación,
disciplina, autoridad, respeto, esfuerzo, consideración y mesura. Identificar algunas de ellas con métodos y talantes
dictatoriales, totalitarios y represivos, es un error de bulto de quienes por
no parecer lo que no son, consienten por
omisión y dejación la represión
dictatorial y totalitaria contra profesores, médicos y administradores de
justicia, precisamente a manos de los mismos
ciudadanos que son objeto de los servicios que el propio estado democrático les
encomienda.
Paradójicamente,
hacer la vista gorda y permisiva con quienes, campando por sus respetos, confunden
la democracia con poder hacer “lo que a uno le salga de los cojones en todo
momento” -vox populi dixit-, a la
larga no engorda el semillero electoral, y diluye la autoridad del sistema
democrático, descafeinando el cumplimiento de las leyes que promulga y las
normas que lo sustentan. Esta es, sin duda, la mejor forma de allanarle el
camino a los que piensan que la vieja y nefasta receta del garrotazo y
tentetieso es el único y mejor jarabe para curar las calenturas que, según
ellos, producen los “delirios democráticos”, responsabilizando a la propia
democracia de todos los males que unos “demócratas”, poco escrupulosos,
ocasionan desde la demagogia, más que desde una gestión responsable y sin
complejos frente al pasado.
La democracia
implica una sociedad de valores, en la que no caben los remilgos semánticos que
las dictaduras dejan marcados en el subconsciente colectivo de una sociedad cada vez más propensa a que le afloren progres de derechas, pijos de izquierdas, pelagatos laborales, mindundis culturales, y pillabichos financiero-empresariales.
(Twitter:
@suarezgallego)
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