jueves, 22 de noviembre de 2012

El instinto de felicidad





     Para el biólogo teórico Faustino Cordón Bonet (Madrid 1909-1999) la alimentación es un pilar fundamental de la biología evolucionista; hasta tal punto que, en su opinión, el hecho de preparar los alimentos para ser ingeridos es lo que determinó la línea de partida para que el hombre comenzara a distanciarse de los escalones inferiores que le preceden en el proceso evolutivo. En su ensayo Cocinar hizo al hombre (Ed. Tusquets. 1979), Cordón Bonet afirma: "Tengo la convicción de que la primera y más trascendental consecuencia de la actividad culinaria hubo de ser la palabra, esto es, nada menos que el cambio cualitativo del homínido en el hombre".

     El ser humano ha sublimado la necesitad vital de alimentarse en dos consecuencias que, aún aparentando antagonismo, se complementan íntimamente: De un lado la Dietética y la Nutrición, en las que prevalecen los aspectos médicos y el concepto de ciencia al uso; de otro, la noción de Gastronomía, tradicionalmente relacionada con aspectos más lúdicos, artísticos y hedonistas, desde que el jurista y diputado francés Jean Anthelme Brillat-Savarin (Belley 1775- Saint Denis 1826) la definiera como tal en su libro La fisiología del gusto (1825), en el que llegó a afirmar que “El descubrimiento de un nuevo plato hace más por la felicidad de la Humanidad que el descubrimiento de una nueva estrella.” Savarín elevó la gastronomía a la consideración de un arte al asignarle la décima musa: Gasterea.

     Bien es cierto que mientras los aspectos médicos de la alimentación enraizaron en el mundo académico a través de la metodología científica, los aspectos gastronómicos no corrieron igual suerte, quedando relegados al ámbito cotidiano -y menos pomposo- de los fogones. En la actualidad hablar de dieta sugiere, indefectiblemente, la necesidad de un acto médico; hacerlo de menú gastronómico nos aproxima al mundo de los sentidos, a la esfera del placer, a través del arte de comer bien, que no siempre transita paralelo a la ciencia del bien alimentarse. Siendo la acción culinaria el origen de ambos efectos, la percepción que del mismo obtenemos no es otra que una bifurcación entre la necesidad que el ser humano tiene de nutrirse para vivir, y la misma necesidad de alimentarse procurándose placer con ello. Es el llamado instinto de felicidad, al que hacía referencia André Maurois (Paris 1885- Normandía 1965), que sublima las aspiraciones del ser humano, siempre en pugna con el instinto de supervivencia que lo mantiene vinculado a su irrenunciable cualidad de animal.

En una palabra: Gastrosofía en estado puro.

(@suarezgallego)

domingo, 11 de noviembre de 2012

Romper fronteras o tender puentes





Fotografía de Richard Pullar


Comer es, ante todo, un derecho que se ejerce de forma desigual en este mundo cruel que soportamos, en el que la mitad de los humanos se muere de hambre vergonzante, y la otra mitad se come su vergüenza buscando en los contenedores algo que llevarse a la boca, o ahoga el colesterol de su opulencia deshojando la margarita para decidir qué dieta adelgazante ha de comenzar el próximo lunes, como otros tantos lunes del año.

Comer mal es una soberana temeridad. Injusta para aquellos a los que les falta el condumio; revestida de estupidez para aquellos otros a los que les sobra la diaria pitanza. En definitiva: Comer bien es, sobre todo, una obligación apoyada en la justicia y la sensatez.

El gran Antonio María Carême (1784-1833), el francés que es tenido en la Historia como "el cocinero de los reyes y el rey de los cocineros", inventor en su juventud del merengue y los crocantis, escribía a propósito del desplome del Imperio Romano, y de cómo se apagó allá en el siglo V ante las venerables barbas de San Crisóstomo, toda una civilización que había dominado el orbe conocido: "Cuando ya no hubo cocina en el mundo, tampoco hubo literatura, inteligencia elevada y rápida, ni inspiración, ni idea social". Fue el momento en el que Atila entró a saco con los "hunos", y los “otros” también, en la vieja Europa, y el buen comer, con sus entresijos culturales, hubo de refugiarse en las cocinas de los conventos y pasar la noche  del Medievo.

Hoy por hoy, a las puertas de un nuevo Medievo, tenemos poetas que canten nuestra cultura; músicos que le pongan ritmo y compás; artesanos de primera; aceituneros altivos que trabajen el tajo olivarero; empresarios avispados; políticos toreros que dan capotazos a diestro y siniestro; filósofos de taberna que siguen buscando el sur;  guisanderos afamados;  gourmets empedernidos...

Afortunadamente también contamos con una  nueva generación de emprendedores que tiene muy claro que más que romper fronteras hay que tender puentes. No se trata de irse, sino de asegurarse el retorno con el pan debajo del brazo.


(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN, el domingo11 de noviembre de 2012