“Retrospective Buddaha”, de
Nam June Paik
He escrito alguna que otra vez que la televisión es
mucho más convencional que la sociedad que la mira, de ahí que no sean mejores
los que critican ferozmente a los programas en los que la gente se despelleja,
vapulea y vilipendia sin piedad, que los que los siguen y hasta los defienden.
Esta idea anda en sintonía con la que de forma más sesuda le he leído hace unos
días hace unos días al mejor cronista
del malestar en USA, David Foster Wallace: “La televisión no es vulgar y
lasciva porque la gente que compone la audiencia sea vulgar y lasciva. La
televisión es así simplemente porque las personas suelen ser muy similares en
sus intereses vulgares y lascivos, y ampliamente diferentes en sus intereses
refinados, estéticos y nobles.
Los programas del despelleje, en el fondo, no tienen otro atractivo que poner de manifiesto a través de la morbosa necesidad
que tenemos de curiosear, juzgar y fantasear
con las vidas ajenas, lo perra y anodina que es la existencia que
solemos llevar tras la puerta de nuestra casa.
La vida, en definitiva, no es otra cosa que lo que le
pasa a “uno mismo”, si bien hemos de
aceptar de antemano que la mayoría de las veces “uno mismo” en realidad son “los
otros”: los que viven en la casa de enfrente, los que se ven en la pantalla
del televisor, los que se oyen al otro
lado del tabique de la salita, los que vemos hurgarse la nariz en el coche del
carril de al lado mientras cambia el semáforo, o quien se nos sienta en frente cuando
viajamos en el autobús de regreso a casa. Todos ellos conforman el colectivo
anónimo sobre el que arrojamos cada mañana al levantarnos toda la mala baba que
es capaz de producir la mediocre realidad cotidiana que arrastramos, o nos
arrastra.
Claro está que viendo a tantos jóvenes sobradamente
preparados mendigando por el mercado laboral puestos de trabajo “submileuristas”,
últimamente se ofrecen los “cuatrocientoseuristas”, en los que hay que echar
más horas que un reloj, no nos ha de resultar extraño que algunos de ellos se
sientan tentados de tirar por el atajo del “famoseo del despelleje” ofreciéndose
como carnaza televisiva para poder sacar el cuello. Hoy en día parecen tener
más futuro los “platós” de TV que las aulas universitarias.
Someterse un rato a usa sesión de “telebasuraterápia”
tiene de positivo que se acaba conociendo hasta al viejo Nietzsche: “Di tu
palabra y rómpete”. Definitivamente, paisano, Darwin se equivocó: El mono
es demasiado bueno para que descendamos de él.
(Twitter:@suarezgallego)