martes, 30 de octubre de 2012

...Y el vivo a la hogaza: A propósito del día de Todos los Santos, y sus gachas dulces.







Hay quien ha dicho, con cierto sentido burlón, que "la vida es una aventura de la que nadie sale vivo", asociando el hecho de irse al "otro barrio" con la única circunstancia vital que no tiene remedio, morirse. Tal vez sea por ello por lo que, sabiendo de antemano el desdichado final de tal aventura, tratemos de dilatarla en el tiempo todo lo que sea menester y hacerla lo más llevadera posible, pues por mucho valle de lágrimas que aquí tengamos son muy pocos los que quieren irse, que de todos es sabido que "como la casa de uno no hay ná".

            Decía Paco "el roso", así apodado por llamarse Rosa su madre, viejo filósofo del terruño, de esos que saben echar las cabañuelas y cubicar desde lejos la cosecha de aceitunas por el color del olivar, decía, repito, de forma tajante y definitiva, que de esta vida sacarás panza llena y nada más, y había veces que el adagio lo picardeaba aseverando que de esta vida sacarás lo que metas y nada más. Y debe llevar razón cuando, curiosamente, el primer refrán que sentencia Sancho Panza en El Quijote (capítulo XIX), en una aventura que recuerda el traslado de los restos de San Juan de la Cruz desde Úbeda a Segovia, es aquel que en boca del buen escudero suena así:"...y, como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza".
  
            Llegando el primer día del mes de noviembre, es tradicional que nos acordemos de todos los que se nos fueron para siempre, pero... sin perder de ojo la hogaza. En prácticamente todas las villas y ciudades del Reino de Jaén han existido las antiguas Hermandades de las Animas, cuyo cometido no era otro que recaudar fondos para sufragar las misas y los rezos que hicieran posible que las almas en pena encontraran la paz eterna. La noche de tránsito desde el día de Todos los Santos (1 de noviembre) hasta el día de Todos los Difuntos (2 de noviembre) es el tiempo propicio para que los vivos se enteren del descontento de sus muertos, pues no es menos cierto que muchas de las hogazas que se comen algunos vivos, se han amasado con los sudores de algunos de sus muertos, y a veces contra su voluntad. Plantearse eso de noche, mediado el otoño, cuando las mariposas de luz, ancestrales luminarias, nadan en el tazón sobre el aceite dibujando tenebrosas sombras, siempre suscita algún que otro remordimiento, cuando no mucho canguelo, pues si bien es cierto que nadie ha vuelto del otro sitio, cualquier día puede ser el primero, como bien decía la tía Jesusona como purga de su alma y general susto de los niños que la oíamos.

            En Baños de la Encina es tradicional que para esas fechas los hombres abandonen el pueblo pasando la Noche de los Santos en el campo, junto a un fuego, en un chozo de la sierra, o en alguna pequeña cortijada. Según me contaron, durante una noche que también "fui de Santos", tal circunstancia es debida al hecho de que desde siempre y durante esos días las campanas de la iglesia no paraban de tocar a muerto, lo que creaba el normal desasosiego y la consabida congoja de ánimo. El mejor remedio, empinarse un medio (medida tabernaria para el medio litro de vino que se expendía en las clásicas botellas labradas de anís), lejos de tan lúgubre sonido, con alguna que otra engañifa de cerdo. Mientras tantos las mujeres acudían a las misas pertinentes, preparaban gachas dulces de harina con tostones de pan, y miel o leche caliente según el gusto del lugar. Los niños, como broma, les echaban trozos de corcho que los más viejos confundían con el pan frito, y con la masa sobrante tapaban los ojos de las cerraduras de todas las puertas y candados de la casa, para que ninguna alma en pena, errabunda en la eternidad, pudiera entrar en ella.


RECETA DE LA GACHAS DULCES

Ingredientes: Medio kilo de harina de trigo, medio litro de aceite de oliva picual virgen, una cucharadita de granos de matalahúva, un cuarto de kilo de azúcar, 2 litros de agua templada aproximadamente, y miel o leche caliente para acompañarlas.

Preparación: Desahumamos el medio litro de aceite en una sartén honda,  friendo luego en él unos cuarenta trocitos de pan duro para hacer los tostones. Cuando estén dorados se sacan y se dejan escurrir sobre un papel absorbente. Este aceite lo colamos y limpiamos la sartén para que no queden migas de pan frito. Vertemos en ella siete cucharadas soperas del aceite que hemos colado junto a una cucharadita de granos de matalahúva y el medio kilo de harina, la cual freímos, sin que llegue a tostarse, para que pierda el sabor a cruda. A continuación echamos un litro de agua caliente poco a poco para que la vaya absorbiendo la masa de harina mientras la vamos moviendo con la rasera, procurando que no se hagan grumos. Sabremos que ya están listas cuando forman un cuerpo pastoso y uniforme. Entonces agregamos los tostones, la  miel o la leche caliente azucarada.


(@suarezgallego)

viernes, 26 de octubre de 2012

Homo homini lupus





Recurro al latín para ponerle título a este artículo por la concreción semántica que permite esta lengua clásica. No hay en ello el más mínimo “animus eruditandi”, pues bien advertido que me lo tiene, desde su gramática parda, mi buen amigo el Caliche: “Citas latinas, corral de pamplinas”. Digamos, yendo al grano, que con “homo homini lupus” no pretendemos otra cosa que incidir en el consabido aforismo el hombre es un lobo para el hombre.
Ya Juan Ramón Jiménez ironizaba al respecto en “Platero y yo”: ¡Si al hombre que es bueno debieran decirle asno! ¡Si al asno que es malo debieran decirle hombre! Yo mismo me negué hace años a tener un perro al comprobar que todo chucho acaba pareciéndose, tarde o temprano, a su amo. Mi respeto hacia ellos me ha llevado a evitarle a alguno el castigo inmisericorde de servirle de inexcusable espejo donde mirarse, amparándome, también, en que la sabiduría popular esto lo ha tenido siempre claro: Viendo al perro del cortijo, se sabe como es el cortijero.
De la misma forma que el pobre de Gregorio Samsa –el protagonista de “La metamorfosis”, de Kafka-- una mañana, tras una noche de un sueño intranquilo, se despertó en su cama convertido en un monstruoso insecto, viviendo a partir de ahí en sus propias carnes el abandono paulatino de su familia hasta morir por inanición, algunos animales acaban transformándose en réplicas de sus amos, y pagando por ello las consecuencias de los desmanes y tropelías de aquellos. ¿Quién no ha sentido alguna vez la malvada tentación de darle una patada clandestina al perro de quien nos cae mal, ante la imposibilidad, o cobardía, de dársela a él mismo?
Hace tiempo tuve un vecino que todos los días, al cruzarnos, emitía un gruñido a modo de saludo matutino. Nunca abandoné la esperanza de que su perro, que invariablemente lo acompañaba, acabaría, con el tiempo, respondiendo a mis “buenos días” como un ser humano educado, por una mera cuestión de afinidad entre especies. No fue así. Con los años, aquel pequinés mal encarado, gruñía exactamente igual que lo hacía el desagradable de su amo.
Desde entonces espero que el lobo que todos llevamos dentro devore sin piedad a quienes abandonan en el abismo de la soledad completa a los que por ser viejos, pobres o marginados nos estorban en la conciencia imposible de nuestros intereses más egoístas.
¡Perro hombre! ¡Hermano lobo!

@suarezgallego

miércoles, 17 de octubre de 2012

La revolución de la fregona





He oído decir a muchas venerables abuelas, sobre todo de pueblo, que la liberación femenina comenzó   el mismo día que se inventó la fregona, a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo.

Fue entonces cuando “la mujer de su casa” –de profesión sus labores, como se hacía  constar en el carnet de  identidad-- dejó de fregar el suelo hincando las rodillas, para hacerlo de pie;  manteniendo erguido no sólo el cuerpo, sino el talle de su dignidad, porque desde siempre eso de arrodillarse ha tenido connotaciones, más o menos piadosas, de humillación, vasallaje y sumisión.

La fregona, con su palo a modo de vara de mando,  su mocho y su cubo con su cestillo escurridor --invento de un español, por cierto--, vino en aquellos años a poner en marcha una revolución doméstica en el mundo femenino, a la que la tradición y las “buenas costumbres” la habían tenido tirada por los suelos, trapo en mano y cubo en ristre, para tener la casa como los “chorros del oro”, y no ser objeto de críticas maliciosas por parte de sus propias vecindonas, mujeres también que tampoco se libraban de andar tiradas por los suelos, ni de ser reprendidas por  maridos malcriados en el más denigrante machismo de  la época. La mujer, tirada en el suelo, rodillas en tierra, en un principio, y agarrada al palo del mocho de la fregona después, no sólo le sacó brillo al suelo de su casa, sino que acabó viendo como se reflejaba en él la geometría irrenunciable de su dignidad.

Ciertamente hay inventos, como éste, que no han servido para que el hombre llegue a la Luna, pero sí para poner en órbita el respeto incuestionable hacia la condición de mujer, sea cual fuere la época. Aunque  la fregona, como todos los acontecimientos históricos, sigue teniendo sus revoluciones pendientes. En este caso, la mujer, pese a fregar erguida, lo sigue haciendo con  agua sucia.

             La realidad es que, paradójicamente, muchas mujeres, durante el medio siglo de existencia de la fregona, han sido agredidas con el mismo palo que sustenta el paradigma de su dignificación. Evidentemente, sólo con tecnología no se hacen las revoluciones.

(@suarezgallego)

lunes, 15 de octubre de 2012

Utopías de cartón piedra y atrezo




Al final nos vamos enterando de qué estaba pasando cuando los políticos de turno nos estaban vendiendo utopías de cartón piedra, mientras los financieros nos iban ajustando las cuentas del Gran Capitán: Estaban haciendo de la democracia un objeto de atrezo teatral.

 "Nosotros el pueblo" –que así, precisamente, da comienzo el preámbulo de la constitución del país de Obama-- pasamos sólo cada cuatro años por los colegios electorales, mientras que "ellos los financieros" nos “han pasado por la piedra” cada instante de nuestras vidas. Nos venden y nos administran desde lo más real de ella, hasta la vida virtual que nos montamos para huir de la puta realidad. Nos venden y nos cobran desde la vivienda que nos cobija, hasta la pasión por el  futbol, o el morbo del “chinchorreo rosa vómito” de la telebasura.  Los financieros  afianzan  su poder económico con el pan y circo de una sociedad esquilmada esperando obtener así el beneplácito popular en las urnas, mientras que los políticos consienten y defienden la democracia virtual para obtener los favores  de los financieros y de este modo no perder –o volver a ganar-- las elecciones, y la poltrona.
          
            ¡Es una vergüenza que los contables dirijan el mundo! Pero aún así habrá que seguir mimando la Democracia. Su alternativa autocrática, amén de impresentable, es execrable y harto peligrosa.

Winston Churchil, quien en tiempos muy difíciles le dijo a los británicos: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», lo dejó bien claro: «Cuando llamen a la puerta a las seis de la mañana, hemos de seguir teniendo el pleno convencimiento de que sólo puede tratarse del lechero»

Harina de otro costal será el que la central lechera sea de una multinacional, y el que la ubre de la vaca que tal leche dio se encuentre hipotecada  hasta los cuernos. Siempre consuela pensar que la Utopía no ha muerto y que la leche agria, pese a todo, puede comercializarse como yogurt e idealizarse en el tradicional y exquisito requesón que genera la mala leche. 

(Publicado en Diario JAÉN, el domingo 14 de octubre de 2012)

@suarezgallego

jueves, 11 de octubre de 2012

La teoría del duende en la liturgia del tapeo




Ilustración de Fabián Suárez

Se ha dicho, y lo he visto puesto en boca de algunos ilustres gastrósofos, que "hay que comer poco y bueno, pero de lo bueno mucho", reflexión que en su aparente contradicción nos introduce de lleno en el eterno dilema de si predomina en nuestros gustos más la calidad de lo que ingerimos que la cantidad de lo que --como suele decirse—“nos metemos entre pecho y espalda”; o por el contrario preferimos llenar el estómago antes que satisfacer el paladar. Comer, a los hechos me remito, es mucho más que la mera acción de ingerir alimentos.
Los franceses esta cuestión la han resuelto definiendo dos vocablos que están amparados por una notable tradición gastronómica: el “gourmet” es aquel a quien le gusta comer bien, el sibarita de toda  la vida; mientras que el “gourmand” es quien disfruta comiendo mucho, el glotón, el tragón que llamaríamos por estas tierras.
La tapa en sí misma encierra por definición una pequeña porción de comida. Ya Cervantes, en El Quijote, hace referencia al hecho de tomarla antes de las principales comidas del día como llamativos. Es decir, la que llama y excita la sed para beber --que él denominaba la colambre--: “Si vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.” (El Quijote; parte II, capítulo 66). Quevedo, por su parte, les daba el nombre de avisillos, en diminutivo, pues no en vano avisaban en su pequeñez de la proximidad de la hora de comer en toda regla.
Debemos ver el tapeo como algo más que la réplica hispana –andaluza por excelencia-- a la forma de comer rápido que nos impone el actual ritmo de vida en las grandes ciudades, donde lo urgente es llenar la andorga cuanto antes para satisfacer la necesidad fisiológica de ingerir alimentos. La acción de tapear, del buen tapeo en el que  impera la calidad, pone de manifiesto una forma de vida en la que se comparte el espacio --a veces estrecho como un abrazo-- de la barra o el mostrador tabernario, en el que un codazo de proximidad se contesta casi siempre con una sonrisa, y se hacen oídos sordos ante la llamada del tiempo cuando se improvisan tertulias desde la libertad,  la sabiduría y el respeto.
Fue un andaluz universal, Federico García Lorca, quien en su ya famosa conferencia sobre la “Teoría y juego del duende” (Buenos Aires y La Habana, 1933) nos recordó que todo artista cada vez que sube un peldaño en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel que guía y deslumbra, ni con una musa que huele a la fragancia de los laureles falsos. Los grandes artistas del sur, --de esta tierra sin ir más lejos--, ya canten, ya bailen, ya pinten o ya toreen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende.
La elegancia del tapeo, del arte de tapear, reside en la estética de su rito, apoyados en el balcón de la vida, que en eso y no en otra cosa se convierte el mostrador de una taberna cuando el duende se nos cuela en la cocina y hace de la gastronomía en miniatura --que son las tapas-- unas efímeras obras de arte, hechas para exaltar emociones de sabores más que para saciar simplemente el hambre.
García Lorca es poéticamente contundente al respecto: “La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso”.
No es casualidad, pues, que tanto a los fieles que acuden a la iglesia para oír misa, como a los clientes que van asiduamente a la taberna, se les denomine parroquianos. Tal vez por el entusiasmo religioso que el duende despierta en todas las “parroquias”, las de perdonar los pecados, y las de olvidar las penas, que por algo será que en ambas, cuando acude el duende, se bendice el vino y se reparte el pan,  y llegado el caso, hasta se obra el milagro de la rosa recién creada en la magia de la liturgia y la palabra del Tapeo.

Publicado en el nº 5 de la Revista La Tregua, febrero 2011
(Twitter: @suarezgallego)

miércoles, 10 de octubre de 2012

Pepe Luchana, guarromanense por los cuatro “costaos”




José Díaz (izq) con el autor junto al busto de Pablo de Olavide en Guarromán (año 1995)
Con mi amigo Pepe Luchana, José Díaz de la Plaza en los papeles oficiales, compartí durante muchos años, y algún que otro día, la “hora de la deshora”, que no es otra que ese momento mágico en el que dos copas de vino, con tertulia de por medio, marcan el impreciso límite donde es demasiado pronto para llegar tarde, y demasiado tarde para llegar pronto a comer. Es ese soplo sublime cuando el día pone la proa hacia la tarde y se va borrando la estela de todo lo que el día ha dado de sí en la mañana. ¿Quién ha dicho que los mostradores de las tabernas no son los balcones abiertos de par en par al precipicio de nuestras almas, que es el vivir?
            A Pepe Luchana, siendo un chiquillo, le pusieron un cajón vacío de botellines de cerveza para que alcanzara al fregadero y pudiera lavar los vasos en una taberna como aprendiz de tabernero. Era su primer trabajo en unos tiempos en los que lo único que se despachaba gratis era la esperanza en “algo mejor”. Esperanza surgida en los comienzos de los años cincuenta de  la desesperanza con la que vivieron las gentes de los años de la dura década anterior.
            Mi amigo y contertulio Pepe Luchana, a quienes los buenos camareros de hoy en Guarromán, como el inefable Parrita, le seguían llamando familiarmente “Tito Pepe”, se  metió en política mucho antes que el ínclito, y ya extinto, Pio Cabanillas, diera una magistral clase de ciencias de la cosa pública ante el incierto recuento de las urnas: “¿Quiénes hemos ganao?”. Y como era de esperar, Pepe Luchana, siempre fue de los que perdieron. Después de veintidós años de concejal salió de la política harto de “cornás”; las unas de los tirios, las otras de los troyanos, pero ni los galgos ni los podencos le quitaron la querencia de seguir colaborando con su pueblo. Y fue un buen presidente de la Unión Deportiva Guarromán; fue un excelente presidente –posiblemente el mejor-- de la Peña Flamenca Fuentecilla, un buen corresponsal deportivo de Diario JAEN durante mucho tiempo, y un buen guarromanense en todo aquello en lo que estuviera Guarromán y sus gentes de por medio.
            Pepe Luchana, en los años sesenta de siglo pasado, cuando todo el mundo tuvo que emigrar a las grandes capitales, fue uno de los que se quedó en su pueblo con la incierta encomienda de mantener el fuego encendido y la casa limpia para recibir cada verano con una sonrisa, y como el mejor anfitrión, a los que  retornaban cada año.  Mantuvo y sacó adelante una familia de siete hijos, una empresa local de distribución de bebidas, y una empresa textil en la que sobrevivieron treinta puestos de trabajo hasta que la dura competitividad  de los países orientales emergentes la devoraron.  
            Recuerdo haberle oído decir en una de sus muchas tertulias: “A correr, el galgo le gana al mastín, pero si el camino es largo, el mastín le gana al galgo”. Y percibo ahora, cuando concluyo emocionado estas líneas, que el mastín corredor de fondo que  José Díaz de la Plaza, el guarromanense de bien Pepe Luchana, siempre llevó dentro sigue corriendo sin haberse dado por vencido. Descansa en paz amigo luchador. Irse ligero de equipaje siempre ha sido el gran triunfo de los perdedores.

(Twitter: @suarezgallego)  

martes, 9 de octubre de 2012

El sueño de los monstruos produce sinrazones





El genial Francisco de Goya intuyó como nadie el turbulento mar donde suelen desembocar las tormentas metafísicas de los espíritus innovadores. En uno de sus tenebrosos caprichos nos dejó escrita a los pies de un ilustrado durmiente una de sus demoledoras moralejas: "El sueño de la razón produce monstruos".
A los sueños ilustrados del equipo reformista del anoréxico Carlos III, a quien pintara Goya apoyado en su escopeta sin otra compañía que su real perro faldero, le seguirían las pesadillas de los cortesanos de Carlos IV, a quien también pintara Goya con aspecto bulímico de real tragapanes rodeado de toda su bobalicona prole. La diferencia que existió entre los ilustrados de Carlos III y los de su hijo Carlos IV, es que mientras los primeros trataron de iluminar el siglo XVIII con el gas inflamable de la Ilustración --“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”--, los segundos sofocaron este incendio con el pavor que les provocó la guillotina de la Revolución Francesa. Los resplandores del mortífero brillo de su cuchilla al llegar a la Puerta de Alcalá carlosterceriana decoloraron de miedo sus empolvadas pelucas al grito reprimido de "¡Ilustración sí, pero menos!" –traducido por: “mucho cuidado con lo que se le da al pueblo”--. Aquella historia acabaría cuando los nietos de los españoles que lloraban mientras Carlos III les quitaba su secular mierda del culo, recibieron en Madrid a Fernando VII, el rey más impresentable de todos los tiempos, al grito de "¡Vivan las caenas!"  – o lo que es lo mismo: “que le den morcilla al pueblo”--.
De Goya siempre me sorprendió su "Perro semihundido", cuadro en el que un chucho anónimo, tal vez descendiente bastardo de aquel que pintara junto a Carlos III, trata de sacar la cabeza por encima de unas difusas arenas amarillas. En estos días, cada vez que me siento frente al televisor y veo las últimas noticias de las polvorientas y desoladas zonas en guerra, me acuerdo inevitablemente del perro semihundido de Goya. Dicen los teóricos del pensamiento que la raíz última de todo este pretendido conflicto de civilizaciones hay que buscarla en el hecho de que la cultura islámica no tuvo un siglo XVIII donde sus ilustrados desligaran los talibanes de Dios de los talibanes del rey, de ahí que a su hambre y a sus miserias le sigan poniendo sempiternamente la bandera de la guerra santa, del mismo modo que sus enemigos del alma, aquellos norteamericanos que surgieron de los sueños ilustrados del siglo XVIII, al patriotismo constitucional de ”Nosotros el pueblo...” le sigan poniendo sus barras y estrellas imperiales.
¡Cuánto nos hemos matado los mortales en nombre de Dios! Sin percatarnos un ápice que al final, Saturno dios del Olimpo, como nos lo pintó Goya, acaba devorando a sus hijos. El sueño de la razón siempre produce monstruos, algunos de ellos tan feroces y sanguinarios como los que genera la sinrazón de los que en nombre de Dios mangonean desde el fanatismo el hambre y la miseria de los pueblos. Recuerdo que Bin Laden se doctoró en terrorismo con dólares pagados por la C.I.A. en los que piadosamente puede leerse: “In God we trust”: Confiamos en Dios.
(Twitter: @suarezgallego)