Mira, paisano, la apabullante ferocidad con la que la realidad irrumpe en nuestro vivir de cada día a través de los medios audiovisuales, hace que, a modo de autodefensa, acabemos exiliándonos en las ínsulas de la irrealidad lúdica. Es como si nuestra conciencia –“conocimiento exacto y reflexivo de las cosas”— se saturara de la cruda existencia, sobre todo de la que viven otros, y lejos de asustarnos o conmovernos, simplemente nos resultara indiferente. La consecuencia, paisano, es que todo lo que no nos atañe muy directamente acaba resbalándonos. Nos resulta más cómodo, divertido y atrayente perdernos en la verdad posible que esconde toda ficción y todo misterio, antes que enfrentarnos a la realidad ajena.
Recibo a través de la web municipal de Guarromán un correo electrónico dirigido al cronista oficial, en el que alguien que merece todos mis respetos me comunica que está investigando la posible relación del nuevo papa Benedicto XVI con las profecías de San Malaquías, en las cuales se designa este pontificado como el de la “gloria del olivo”. Mi desconocido comunicante trata de establecer una posible relación partiendo del hecho de que Joseph Ratzinger es de origen bávaro, como lo fue Juan Gaspar de Thürriegel, el asentista y aventurero que en el siglo XVIII trajo a más de seis mil colonos alemanes –algunos procedentes de Bavaria— a las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, en la comarca norte de Jaén, tierra de olivos por excelencia. Para ello me solicita que le comunique si hubo algún colono Ratzinger que pudiera estar emparentando con el nuevo Papa, y por ese hilo llegar a desliar el rocambolesco ovillo del misterioso significado vaticinado por San Malaquías en su “Gloria Olivae”.
Le contesto a mi desconocido internauta que repasaré mis fichas de colonos, prometiéndole contestarle pronto, si bien le sugiero mientras tanto una nueva línea de investigación elucubrativa: El cardenal Joseph Ratzinger, hasta su elección como Papa, ha sido el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es lo que hasta el año 1965, fecha cuando la rebautizó el papa Pablo VI, fue la Congregación del Santo Oficio. Es decir, paisano, la Inquisición pura y dura, que llevaba en su escudo un ramo de olivo representando la misericordia hacia los arrepentidos, junto a una espada levantada símbolo del castigo a los herejes convictos. Ambas imágenes flanquean una robusta cruz de enebro cuyos brazos tanto nos recuerdan los contundentes bastos de la baraja. En el óvalo que los rodea puede leerse el salmo 73: Eurge domine et judica causam tuam (“Levántate, Señor, y juzga tu causa”).
No sé qué decirte, paisano, pero el olivo en el escudo de la Inquisición y la pretendida gloría que le augura San Malaquías para el pontificado de Benedicto XVI acaban inquietándome sobremanera.
No desfallezco y ante esta ínsula de irrealidad lúdica me afano denodadamente deseando encontrar cuanto antes al colono Ratzinger entre los que poblaron Sierra Morena en el siglo XVIII. Sería todo un alivio.
Publicado en Diario JAEN el 10 de mayo de 2005
Vuelvo a reproducirlo cuando el pontificado de Benedicto XVI llega a su fin. Al menos bendijo a alguien que vive entre olivos, y eso ya es una "gloria del olivo" personal.
(@suarezgallego)