martes, 30 de abril de 2013

Los rencores del estómago




Mira, paisano, decía Montesquieu,  el mismo que aportó al Liberalismo el principio de separación de los tres poderes del Estado, que la medicina cambia con la cocina. Esto, dicho para que nos entendamos, es  que la salud se negocia en la oficina del estómago, ese órgano tan rencoroso que cuando se le atiborra de  hambre es capaz de vomitar guerras civiles.  

La crisis --no hay mal que por bien no venga, paisano— está sirviendo para que se abran las alacenas de los partidos políticos, de los sindicatos, y de algunas instituciones   del Estado, y se perciba el hedor de  las corruptelas de algunos que están siendo la causa del hambre y de la desesperación de muchos. Cuando quienes deben buscarles soluciones a la crisis no saben, o no les interesa, aplicar otra medicina que la de “cortar por lo sano”, la cocina popular los estigmatiza sin piedad con sus eufemismos.

De este modo hemos oído que a la política del tongo se le llama pucherazo. Si  éste ha sido a iniciativa personal de un sólo individuo se pone como excusa que se le ha ido la olla; y si en el  ajo hay más gente, se hablará entonces de olla podrida, que debe su nombre, dicho sea de paso, a la olla poderida, monumento del pensamiento culinario gótico español,  llamada así porque sólo la tomaban los que tenían poderío para costearla, por las muchas y costosas viandas que la componían. Para investigar en los pucheros no hay más remedio que meter la cuchara, sin que otros pongan el cazo y sin que algunos metan la gamba, pues ya es sabido que en todos sitios cuecen habas, siendo mejor que éstas hiervan con agua transparente que con mala leche. No nos extrañe por tanto que al lugar donde se conspira corruptamente se le llame cenáculo. Tiempo ha que se sabe en la práctica politiquera lo que ya escribiera Cervantes al respecto: La mejor salsa del mundo es el hambre, y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto.

Conviene no olvidar,  repito a modo de aviso a navegantes, que el estómago es el órgano más rencoroso del cuerpo humano, y que el hambre es el primer motivo de rencor.

Pero también solía decir Montesquieu que para prosperar en el mundo había que tener aire de tonto sin serlo, tal vez porque el  pueblo acaba defendiendo más la gramática parda de sus costumbres que la prosapia de sus leyes. Después de Dios, la olla, y lo demás bambolla, decían en el Siglo de Oro, que fue también el siglo del hambre. Lo que pasa es que como siempre, paisano, el oro lo trajinan unos cuantos, precisamente los mismos que reparten el hambre tan generosamente.

Al pueblo lo único que le están dejando últimamente es que administre el rencor de su estómago, y hasta para eso ya se le están poniendo pegas y malas caras.  

(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN el martes 30 de abril de 2013

viernes, 26 de abril de 2013

...que ciento volando




Lo peor de ir cumpliendo años es que cada vez se hace más persistente en tí la idea de haber cruzado ya,  y al sprint, las metas volantes más decisivas del tour de tu vida.  
          
Llega un día en el que, sin saber por qué, uno toma conciencia de que lo que hasta ahora ha sido escalar el puerto que te lleva a las primeras canas, casi sin sentir y sin la necesidad de culear sobre los pedales, una vez culminado, se vuelve cuesta abajo y ruedas a la velocidad precisa en la que el miedo a sentir miedo te hace dar unos leves toques  a los frenos con el disimulo y el sigilo del que nunca ha roto un plato. 
           
La caída por esa cuesta es imparable. El sabor de la llamada del tiempo ya es ineludible. Cuando lo has probado es inevitable que cada mañana te levantes con un regusto último a aceitunas amargas. Los sabores se aprecian o se desprecian, pero no se llegan a comprender jamás. Es el destino, te dicen, pero piensas que sería una putada --no tiene otro nombre-- caerte de la bicicleta vital en este preciso momento cuando ya te has enterado de hacia dónde corres.

El vivir de cada día nos suscita a cada paso la eterna duda entre optar por la seguridad de un futuro resuelto, o elegir el riesgo y la incertidumbre de no saber si mañana amaneceremos pez, sonrisa o patada en la entrepierna. Woody Allen, en su ya legendaria encíclica en blanco y negro Manhattan, se planteaba el "además" que le pedía a la vida el hombre que había conseguido asegurarse el plato de lentejas diarias. La sociedad competitiva, y ahora en crisis, en la que nos derramamos cada mañana al levantamos, nos adiestra cumplidamente en el positivismo del "vale más pájaro en mano que ciento volando", y una vez enjaulado el pájaro de nuestra seguridad, el "además" que le pedimos a la vida es que no se nos niegue la capacidad de soñar con los cien pájaros que siguen volando.

Una de las maldiciones más perversas que he oído es: “Permita Dios que veas tus sueños realizados”, y no tengas más remedio que apechugar con ellos y sus consecuencias.

(@suarezgallego)

jueves, 25 de abril de 2013

Lo viejo, lo antiguo, lo rancio y los garbanzos negros




Mira que nos gusta, paisano, oponernos por sistema a todo lo nuevo, por bueno y conveniente que sea, o nos parezca. El ilustrado Pedro Campomanes, factotum de Carlos III, en su famoso “Discurso sobre la educación de los artesanos” (1775), que dio lugar, entre otras cosas, a la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, se refería al caso de fray Juan de Medina, que dos siglos antes, en el XVI, ya pedía que no se le acusara del “delito de novedad”.
Claro está, en un lugar donde lo “nuevo” llega a ser considerado delito, se le acaba tributando veneración legalista no a lo viejo –tantas veces venerable--, ni tampoco a lo antiguo –tantas veces admirado--, sino a lo “rancio” y a su hedor inmovilista.
Siempre he pensado, --y perdóname, paisano, esta incursión gastronómica, pero bien sabes que la cabra invariablemente acaba tirando al monte --, que lo que le da el justo sabor vitalista al popular cocido es precisamente el tocino fresco que luego se pringa en el pan, y no el ambiente de familia en el que siempre se han comido sus tres vuelcos.
Antológica es la anécdota que me contaba mi recordado amigo Diego Rojano sobre el filósofo y ensayista catalán Eugenio D’Orts, cuando al bajar del tren en Zaragoza lo esperaba a pie de vagón un amigo castizo hasta las trancas que le dijo a modo de recibimiento: ”Vendrá a mi casa... Y comerá un cocido en familia”. D'Orts, desde la retranca que gastan como nadie los hijos del Mediterráneo, murmuró por lo “bajini”: “Precisamente las dos cosas que más me molestan: la familia y el cocido”. Debió pensar el ilustre filósofo catalán que tanto en el cocido, como en la familia, son donde más florecen los garbanzos negros.
Konrad Adenauer, el padre de la nueva Alemania que surgió después de la locura hitleriana, decía no sin cinismo que “no hace falta defender siempre la misma opinión porque nadie puede impedir volverse más sabio”.
Quien es capaz de aceptar como algo natural la mutabilidad del Universo –el cambio constante--, acaba por desabrocharle la blusa al propio inmovilismo, y descubre que la vida en esencia se mueve y nos mueve, y con ello nos airea y nos ventila.
Por eso me preocupan tanto, paisano, los que dicen que nunca han cambiado un ápice su manera de pensar. La ranciedad a la que suelen oler sólo les sirve de coartada para no admitir que, pese a todo, se nos brinda cada día la posibilidad de volvernos un poco menos garbanzos negros en un universo que inevitablemente se expande, achicándonos hasta los límites infinitesimales de lo ridículo.

(@suarezgallego)

miércoles, 24 de abril de 2013

Por mayo verás las banderas




Me decía días pasados el “Cantaorejas” --un contertulio aficionado al cante con el que comparto alguna vez que otra el espacio tabernario—  que el mes de mayo es el mes de las banderas: “Si no fíjese usted –me explicaba--, banderas rojas que llevan los sindicalistas el día del trabajo; banderas de tós colores que llevan los barandas de las romerías de mayo; banderas de  rayas que sacan los forofos a los campos de fútbol pa animá la Liga y la Championlí, o cómo demonios se llame; banderas con las que unos y otros se limpian la sangre y los rencores de las guerras de  los talibanes…. ¿Y las plazas de toros?, sobre tó la Maestranza de Sevilla y las Ventas de Madrid, llenas de gente hasta la bandera... Se ha dao usted cuenta que hasta toas las mujeres por mayo son unas mujeres de bandera...

Mi contertulio “Cantaorejas” es un pensionista minero, de esos de edad imprecisa que lleva grabada en la cara la evidencia certera de que la silicosis,  el tabaco y el coñac de haber ahogado muchos gusanillos mañaneros, no van a dejarle que cumpla la edad que  representa. No es consciente de la transcendencia que tuvo el “mayodelsesentayocho”, cuando, también por mayo, se  levantaron las banderas en las calles de París buscando la playa debajo de los adoquines. 

¡Si el pobre “Cantaorejas” supiera que hoy muchas de aquellas banderas arrastran sus pespuntes de nostalgia por las moquetas de los despachos oficiales! Con razón se me queja, entre trago y trago, que cada año que pasa las banderas de los sindicatos van siendo menos rojas; que cada mayo que pasa las banderas de las romerías van siendo más laicas, y que cada vez hay menos hombros en las tabernas a los que agarrarse para cantarle por lo “bajini” a las orejas del alma:

Desgraciao aquel que come
el pan en manita ajena.
Siempre mirando a la cara
si la ponen mala o güena.“

El desencanto también tiene su bandera, y nunca faltan malos vientos que la tremolen. Sobre todo en este mayo en el que los mástiles de la esperanza los tenemos desde hace meses repletos de banderas piratas.

(@suarezgallego)

domingo, 14 de abril de 2013

Manuel Bonillo Ossorio, una vida sencilla y honesta.





            A la edad de 94 años nos ha dejado Manuel Bonillo Ossorio, natural de la Aldea de La Mesa, en Carboneros. Un paisano de estas tierras de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena que durante su vida, tal vez sin ser consciente de ello, fue fiel al ideario universal de la gente sencilla y honesta que definió Mahatma Gandhi: “Posiblemente lo que hagas no sea importante, pero es importante que lo hagas”.

            Manuel Bonillo era nieto de uno de los mineros --con idéntico nombre y apellido que el suyo-- que vinieron de la comarca almeriense de Albox cuando a partir de 1861 comenzó un auge del plomo en el distrito minero de Linares-La Carolina. Eran llamados aquellos otros colonos los “tarantos” debido a sus familias numerosas y su procedencia de tierras de Almería. Los descendientes de muchos de ellos dejaron las galerías mineras y se agarraron a la tierra como agricultores y hortelanos. Fue el caso del padre de Manuel, Domingo Bonillo Collado, conocido por “Chivones”,  en cuya huerta, que aún se conoce por ese nombre, comenzó a trabajar el mayor de sus seis hijos, Manuel Bonillo Ossorio, a la edad de nueve años, hasta que con 17 años se alistó al bando republicano durante la Guerra Civil del 36/39. Concluida ésta pasaría otros tres años más de “mili” bajo el bando vencedor.

            De vuelta a su aldea su vida fue la de un hombre sencillo de campo, jornalero, aceitunero y hortelano, querido y respetado por su honradez, honestidad y esfuerzo en el trabajo, con el que junto a su esposa Emilia Avi Ibac sacó adelante, no sin mucho esfuerzo y tesón, a sus tres hijos Domingo, Juan Francisco y Manuel Jesús. Se hizo merecedor de la confianza de todos con cuantos trabajó, y del respeto de todos los que le conocieron.

Hasta no hace tanto tiempo, casi nonagenario, se le veía todos los días al amanecer encaminarse con su burra a su huerta, aquella de su padre en la que comenzó a trabajar siendo un niño aún. En ella labraba toda clase de hortalizas  de las que cada día presumía de que eran las más naturales pues no les ponía producto químico alguno, siendo coherente hasta el final de sus días con el entorno en el que pasó toda su vida y del que vivió.

            Descanse en paz Manuel Bonillo, quien desde la sencillez de su vida la hizo importante para quienes lo quisieron y quienes le respetaron durante casi el siglo de su sencilla y honrada existencia.


Publicado el Diario JAEN el domingo 14 de abril de 2013

(@suarezgallego)

jueves, 4 de abril de 2013

Polideportivo Álvaro del Bosque




Mira, paisano, los indios de las lejanas riberas del lago Maracaibo, en la actual Venezuela, dicen que todo hombre o mujer, ya sea joven o viejo, rico o pobre, bueno o malo, muere tres veces: La primera cuando lo hace la carne, la segunda cuando desaparecen los huesos, y la tercera cuando se cae en el olvido de las generaciones, siendo ésta, según parece, la definitiva.
Es por ello por lo que en los pueblos se recurre a bautizar los lugares de uso común con el nombre de las personas que queremos recordar en la memoria colectiva. Algo que no siempre es fácil, la verdad, porque priorizar entre lo urgente y lo importante a la hora de encumbrar al recuerdo, o relegar al olvido, a los que creemos que lo merecen, es un encaje de bolillo que se suele tejer con los avatares del momento.
 Personalmente, paisano, preferiría que si tuviera que dar mi nombre a un lugar público fuera a alguno que no ambicionara alguien, así nadie tendría el menor interés en cambiarlo cuando muerta mi carne y desaparecidos mis huesos, no quedara de mí más que mi nombre esculpido en el tiempo. Uno de esos sitios bien podría ser el vertedero municipal, hoy eufemísticamente llamado  “planta de reciclaje de residuos urbanos”. Vamos, paisano, el basurero de toda la vida. Si mi carne y los huesos que de mi sirvan los he donado para que sean “reciclados” en otros cuerpos y puedan seguir dando vida, ¿por qué no ha de servir mi nombre como estímulo para que se recicle también todo aquello que ya no queremos o no nos sirve? Te aseguro, paisano, atendiendo a tres adjetivos muy actuales, que cuando ya no se puede ser ni saludable ni terapéutico, lo mejor es ser sostenible.
El próximo sábado en Carboneros se inaugurará el polideportivo municipal, y su alcalde, mi buen amigo Domingo Bonillo, junto a su corporación, le han puesto el nombre de Álvaro el Bosque, hijo del seleccionador nacional Vicente del Bosque, que es ese chico con síndrome de Down que vimos con la camiseta de “La Roja” en el autobús triunfal de los campeones del mundo de futbol junto a los Iniesta  y a los Casillas, expresando con su sonrisa un “y yo también” en nombre de todos aquellos que “también son y están” en la realidad de nuestros días. La tierra que se extrajo para poner la primera piedra del edificio la recibirá Vicente del Bosque como Colono de Honor de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la Olavidia de nuestros anhelos, y un partido de futbol sala entre jugadores de Madrid y Jaén con síndrome de Down será su primera actividad. El saque de honor lo hará Pablo Pineda, actor y primer licenciado europeo con este síndrome. Todos llevarán en la camiseta un lema: “En Carboneros: ¡También podemos!”. Y te aseguro, paisano, que pueden.
Publicado en Diario JAEN el martes 2 de abril de 2013
(@suarezgallego)