viernes, 21 de julio de 2023

El pavo de huerta o el carruecano

 


DEL SABER Y LA VERGÜENZA

 

            Solía decir la tía Virtudes, vieja relimpia ya nacida viuda, según contaban maliciosamente, la cual manejaba el legón con más arte y más fuerza que un hombre, que la cultura la daban en las escuelas pero la vergüenza se repartía con la teta. Y no le faltaba razón, pues habiendo fallecido su marido, carne de pozo minero, siendo ella muy joven no tuvo más remedio que agarrarse a la huerta y llevar su luto de por vida con la decencia del lomo doblado a pie de noria.

 

            Aunque no sabía ni de cuentas ni de escrituras, no despreciaba las cosas del saber, pues a pesar de decir que las letras en los libros parecían hormigas en busca de su hormiguero, gustaba oir lo que en ellos se decía, aunque no fuera más que por no hacer alarde de su obligada y no menos injusta ignorancia.

 

            Tienen las tierras de Jaén en los pueblos que le dan entrada por el norte, los que fundó Carlos III, y en el Fuero de Población que los gobernó hasta 1835, un tesoro para la cultura universal de lo popular, desde  cuando de este modo se dijo en uno de sus artículos: "Todos los niños han de ir a las Escuelas de primeras Letras, debiendo haber una en cada Concejo para los Lugares de él; situándose cerca de la Iglesia, para que así puedan aprender también la Doctrina y la Lengua Española a un tiempo". Pocas cartas pueblas o constituciones del Orbe conocido en aquel 1767, tenían artículos con la fuerza cultural de éste, que hacía residir en el agricultor que sabía leer y escribir, y trabajar el campo, el nervio de la fuerza de un Estado.

 

            Se casó la tía Virtudes en una aldea de estas poblaciones y en ella pasó su larga viudedad, y fue su mayor tarea durante la misma que sus hijos encontraran en las filas de hormigas que las letras hacían en los libros, el hormiguero que les diera la sabiduría. No olvidaría nunca aquellos tiempos, antes de los sesenta, en que no se había inventado la semana inglesa en esta Celtiberia y los niños no iban al colegio el jueves por la tarde. Aprovechaba entonces para bajar con otras mujeres a lavar al rio por la mañana, tender la ropa al medio día y esperar a que la tarde secara las únicas sábanas y las únicas camisas  blancas de los domingos. Entonces vendrían los niños a comer a la orilla del rio y al anochecer ayudarían a subir la canasta de la colada hasta el pueblo.

 

            Preparaba Virtudes para ese día una perolilla de pavo de huerta, carruecano cogido a pie de mata y cocinado por la noche en aceite de oliva. Unas rodajas de chorizo y una guindilla darían ánimos a los brazos que como dos remolinos chapoteaban los cuellos de las camisas en el agua del rio. Los niños buscaban el escondrijo que alguna rana despistada compartía con un cangrejo y en los intermedios metían en el pavo un sopón de pan a modo de cuchara y con eso se contentaban.

 

            Y la tía Virtudes soñaba que si volviera a nacer aprendería a leer y escribir, que siempre sería mejor saber lo que ponía en las letras del lagarto que venía dibujado en el jabón, aunque bien pensado para entonces ya no habría ríos ni niños que a sopetones se comieran el carrueco en aceite en el tremolar de las blancas sábanas y las camisas que siempre la vergüenza tuvo por bandera.  

 

© José María Suárez Gallego 


jueves, 13 de julio de 2023

Tiempo de siesta

 



Las chicharras chirrían en el silencio  de la veleta inmóvil.

Silencio de siesta cuando se asciende al sopor de la tarde en caída libre por la rosa de los vientos.

¡Sólo tú dormida en mi desnudez eres Gorgoola!

Tiempo de siesta, sopor de chicharras y veletas sin viento en tus pestañas.

Veleros sin horizonte, ni brisas en tus besos dormidos.

¡Sólo tú eres siesta y silencio reprimido de la veleta navegante!

¡Sólo tú eres frontera y horizonte del eco sempiterno de mi siesta!

© José María Suárez Gallego

lunes, 10 de julio de 2023

Escupiendo a barlovento

 


El autor en Los Toros de Guisando (Avila) (2002)


Recuerdo aquellos tiempos en los que cambié la trinchera del desencanto por el noble menester de ser corresponsal de barra tabernaria, más que de guerra de salón, en los que guardaba en el cajón de mi mesa un diario de vivencias –sempiternamente inédito— al que titulé “Escupiendo a barlovento”, y cuya dedicatoria decía así: “A mis amigos en el poder. Piadosamente”.

Escupir a barlovento es la lección primera que ha de aprender todo grumete a la hora de embarcarse, ya sea por mera aventura lúdica, ya sea por el sólo deseo de adentrarse en el mar tenebroso de las singladuras del poder. Escupir a contraviento, esquivando tu propio salivazo devuelto por la galerna, es la reválida que la universidad de la vida le hace pasar a todo aquel que lleva cumplida relación de todas las cosas que «me duelen hace tiempo en los cojones del alma», que diría nuestro Miguel Hernández.

© José María Suárez Gallego


viernes, 23 de junio de 2023

Ante la Puerta del Destino

 




«Si llego a mi destino ahora mismo, lo aceptaré con alegría, y si no llego hasta que transcurran diez millones de años, esperaré alegremente también.»
Walt Whitman.
Confío en el tiempo, que como dijo Cervantes por boca de don Quijote, suele dar dulces salidas a las más amargas dificultades.

Hay veces que ante la Puerta del Destino te das cuenta de que hay cosas que no te cuadran, pero como matemático y poeta te consuela comprobar que desde los tiempos de Pitágoras, un ángulo recto, dos catetos y una hipotenusa, resolvieron la ecuación de sus relaciones cordiales.


Tras la Puerta del Destino siempre hay una playa en la que naufragar, la Playa de los Paramecios, en la que no dejan naufragar a nadie que sepa Geometría.


Cuestión de escuadra, compás y saber nadar, para que no te quiten la ropa de quedarte desnudo ante la Puerta del Destino.·.

© José María Suárez Gallego

sábado, 7 de enero de 2017

Ahora que termina la Navidad

Foto de Victor Gonzálo


Decía el bueno de mi abuelo Paco –quien me enseñó, entre otras cosas, a coger los días por sus aristas cortantes y no sangrar— que cuando alguien llamara a mi puerta solicitando unas monedas de ayuda, lo socorriera sin titubear, sin entrar a considerar la certeza o el fingimiento de su necesidad.

Argumentaba mi abuelo que en el ejercicio de toda caridad siempre había una gran dosis de egoísmo, además de la consabida pretensión vana de aquellos que dejados llevar de su cicatería moral pretendían ganarse la vida eterna a golpe de calderilla, pues el fin último de la caridad, se mire por donde se mire, no es un acto de solidaridad pura --ni mucho menos de justicia-- sino el deseo de que no se pierda, perpetuandola, la costumbre de dar cuando se nos pide de sopetón, sobre todo por si llegada la desgracia nos vemos obligados a pedir nosotros también, que de sobra es sabido lo veleidosos que son los avatares de la vida en tiempos de vacas flacas.

Apostillaba mi abuelo que toda limosna debía ir acompañada sólo de una sonrisa. Para él era bochornoso el comportamiento de quiénes por el hecho de dar unas monedas se creían con derecho a dar también un consejo: “Tenga hermano y no se lo gaste usted en vino”, esgrimiendo la pretensión de constituirse en socios capitalistas de la desgraciada empresa del pobre –precisamente su pobreza— decidiendo también el destino más apropiado para tan insignificantes fondos.

La sociedad del “pan y amor todos los días “ me ha asignado, por lo visto, un “mendigo oficial” con el que hago caridad callejera sin darle consejos, acompañando mi exigua limosna de una sonrisa –ciertamente con lo que le doy no tiene más remedio el buen hombre que conformarse con el tinto de tetrabrik--, pero tengo la sensación íntima de que con mi silencio cobarde, con mi actitud cómoda y pasiva, estoy colaborando a que se sigan haciendo pobres durante todo el año desde la injusticia, para luego poder hacer caridad con ellos en Navidad, tiempo de vergonzantes chantajes emocionales.


@suarezgallego

Instintos básicos



(Publicado en Diario JAÉN el viernes 6 de enero de 2017)

Es fácil comprobar, si miramos a nuestro alrededor, que el ansía de felicidad es el motor primordial de los humanos. Anoche en la cabalgata de los Reyes Magos, observando a los niños y sus padres, comprobé, una vez más, que el instinto de felicidad debe estar escrito en el código genético. Todos nacemos con la capacidad de proteger y buscar nuestra satisfacción en la vida, tan necesaria para perpetuar la especie, pero en el caso de los niños, si les dejamos tranquilos y a su aire, de forma natural van a ser felices espontáneamente.

Cada seis de enero me viene a la memoria aquella lejana noche de recuerdos infantiles, cuando henchido de ilusión puse mis zapatos escolares en el balcón, y a la mañana siguiente habían desaparecido. Desde entonces no volví a fiarme de los Reyes Magos, ni de los plumeros de sus pajes, ni de las barbas de mentira, ni de los negros de betún, ni de los oropeles de purpurina, ni de las joyas de hojalata, ni de los diamantes de culo de vaso. Me consolaron diciéndome que tal vez se los había comido un camello. Desde aquel instante comencé a tomar conciencia de que el mejor regalo que se nos puede hacer es que no nos quiten lo poco que nos pertenece. Y cada año escribía la misma carta: “Queridos Reyes Magos: ¡Devolvedme mis zapatos!“
 
Esto me hace creer que los instintos básicos del ser humano son tres, como los Reyes Magos: El instinto de supervivencia para poder permanecer en la vida; el instinto de curiosidad para conocer, saber y experimentar el hecho de estar vivo; y el instinto de felicidad, para gozar y disfrutar de la sensación de vivir. Aunque éste último ha sido el que más se le ha tratado de cercenar desde que el mundo es mundo. Los siglos nos han ido llenando la Historia de contrabandistas de desencantos que siempre han pretendido cambiarnos los tres instintos básicos por un montón de baratijas emocionales que nos adormecieran el deseo de vivir, saber y ser felices. A este mundo de sucedáneos le sobran demasiados contables y le faltan muchos poetas: ¡Menos “tíos del saco”, que asusten, y más “tíos de los globos”, que diviertan!, habría que gritar en los telediarios cada día.

Hay un empecinamiento histórico por parte de quienes desde siempre han pretendido gobernar nuestros cuerpos y dirigir nuestras mentes, en que nos aflore el instinto tribal de nuestro aldeanismo endémico, para de este modo mantenernos divididos según los idearios políticos, las creencias religiosas, los planteamientos intelectuales, los gustos sexuales o las pasiones deportivas. Vano intento, porque hay algo en lo que todos estamos de acuerdo por encima de las demás circunstancias: En querer ser felices.

Un mercantilismo exacerbado que identifica lo que somos con lo que tenemos; un feroz nacionalismo racista que nos hace creer que somos lo que no pueden, o no les dejamos ser, a los otros; y un pobre hedonismo de chichinabo que nos complace en el confort de la pereza mediocre, son las patologías que amenazan el deseo de una felicidad compartida.

Llegado a esa edad en la que, como en el tango, las nieves del tiempo han plateado mi sien, uno ha aprendido ya a coger los días por sus aristas cortantes sin sangrar, movido por estos tres instintos que no nos permiten sentirnos obsoletos o caducados, porque viejo, a fin de cuentas, es quién se niega a ser un mundo nuevo cada día, un universo de estrellas cada noche, el gallo que canta por la mañana, el atardecer púrpura, la luna llena, el sol de mediodía, el aire respirado de cada instante, la brisa que mece las hojas, el soplo que como un suspiro nos lleva a amanecer mañana para arbitrar las luchas de los perros con los astros. Viejo es quien se resigna a ignorar para siempre lo que esconden las entretelas de este juguete, a veces ameno, a veces caprichoso, a veces incomodo, pero siempre excitante, que llamamos vida. Viejo es, en definitiva, quien se niega a ser un militante activo de la vida, como nos recordaba Benedetti.

Aún hoy me pregunto qué sería del niño que llevó puestos mis zapatos desde aquel día de Reyes, y sobre todo si fue feliz con ellos.



@suarezgallego


viernes, 13 de noviembre de 2015

El proyecto Fuero 250

Cartel de Fuero 250
Cartel de Fuero 250
Mira, paisano, hay quien dice, con algo de resentimiento, que España es un país especialista en conmemorar centenarios a costa de alimentarlos con gambas en gabardina. Es decir, con poco marisco y mucha masa de relleno. Es el “ni chicha ni limoná” de nuestra cultura gastronómica, que se expande a la forma de enfocar los proyectos importantes en este país.
Pero si deseas llenarte la cabeza de pájaros, no olvides antes construirles los nidos. Ya lo dice mi contertulio el Caliche: Si quieres volar con las águilas, no te juntes con los pavos, que hacen mucho ruido y no vuelan, y además sus excrementos apestan.
Pero aconteceres tiene la vida y me veo inmerso, con el cargo y la carga, en la Comisión Nacional para la Conmemoración del 250 Aniversario de la Promulgación del Fuero de 1767, y la consiguiente fundación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía por el rey Carlos III. La tierra de Olavidia en la que el intendente Pablo de Olavide plantó sus sueños ilustrados para crear una sociedad más justa y mejor para unos colonos centroeuropeos que acabaron dándole vida a esta tierra, y dejando sus vidas en ella.
 El reto que esta Comisión Nacional tiene delante es grande y no fácil: Coordinar las actividades comunes de catorce municipios repartidos en cuatro provincias andaluzas y una manchega, con sensibilidades políticas distintas, y sin que los personalismos fuera de calibre la eclipsen “no es moco de pavo”. Me refiero al moco de los pavos a los que antes aludía, esos que hay que evitar si queremos que el proyecto sea de altos vuelos.
Las gentes de las Nuevas Poblaciones (Aldeaquemada, Arquillos, Carboneros, La Carolina, Guarromán, Montizón y Santa Elena, en Jaén; La Carlota, Fuente Palmera, con entidades locales autónomas de Fuente Carreteros y Ochavillo del Río, y San Sebastián de los Ballesteros, en Córdoba; La Luisiana y Cañada Rosal, en Sevilla; Prado del Rey, en Cádiz; y Almuradiel en Ciudad Real), esperan de esta Comisión Nacional su plena dedicación y esfuerzo para que el lema de ellas sea una realidad: “Nacimos con el Fuero para la concordia de los pueblos”. Y los pavos para Nochebuena.
Publicado en Diario JAÉN el martes 10 de octubre de 2015
artículo Fuero 250 en Diario Jaen

sábado, 17 de octubre de 2015

El "mismísmo" victimísta de octubre.

el mismísmo victimísta de octubre
Comienza un nuevo curso, que también es un nuevo año agrícola, no lo olvidemos. Ya ha llovido y el ambiente huele a la misma tierra mojada de todos los otoños. Octubre nos trae sensaciones nuevas impregnadas de los mismos olores. Las carteras escolares huelen a la misma tinta del libro nuevo con las mismas palabras de siempre. Las aulas huelen a las virutas del sacapuntas del mismo lápiz escolar.
Octubre sigue oliendo a lo mismo que huelen los mismos saqueadores perfumados de Loewe durante todo el año. La imagen iconográfica de la Justicia, que ya se tapó los ojos, acabará pidiendo una pinza de colgar los mismos trapos sucios para taparse la nariz.
Octubre siempre es el mismo mes de octubre, aunque le broten noviembres nuevos y lo hayan regado con los mejores septiembres. Octubre es una versión de lo mismo, respetando lo mismo, transgrediendo lo mismo, innovando lo mismo, prometiendo lo mismo, engañando a los mismos, y quemándole el mismo incienso a los santones de siempre.
“Monotonía de lluvia tras los cristales” que escribiría don Antonio Machado en su aula de Baeza. Es la misma cantinela: “Mil veces ciento, cien mil; / mil veces mil, un millón”. Millones de parados, millones defraudados, millones presupuestados, millones de olivos, euromillones, millones de estrellas, millones que se pierden, millones de votos, millones de glóbulos rojos que se desangran por las Escaleras de Odessa huyendo de los mismos cosacos. Los mismos tontos útiles sosteniendo las mismas utopías de siempre. Los mismos listos inútiles diluyendo los mismos sueños de siempre.  ¡Las mismas mil veces mil, son el mismo millón, don Antonio!
¡Ay! Si mañana amaneciéramos en otro octubre convertidos en pez, en sonrisa o en patada en la entrepierna propinada a los mismos de siempre. Les haríamos sentir el dolor nuevo del mismo victimismo de siempre, ese que espera con la misma esperanza que las mismas promesas no nos traigan los mismos desencantos, ni los mismos piratas, ni los mismos contrabandistas de los octubres de siempre.
Publicado en Diario JAÉN el martes 13 de octubre de 2015
mismismo victimista Diatio Jaen

jueves, 2 de julio de 2015

El agujero del capuchón



Hace tiempo percibí que los capuchones de los bolígrafos BIC de toda la vida, llevaban en su parte superior un agujero. Un día, navegando por google, descubrí el motivo: Dado que hay gente aficionada a chupar el capuchón, y pudiendo alguien tragárselo, la casa de los populares bolígrafos pensó que aquel debería tener un orificio que permitiera respirar a quien por accidente lo engullera.
La casa de los bolígrafos podría haber optado por incluir un letrero precautorio que dijera: “¡Peligro de asfixia! ¡No chupar el capuchón!” Pero optó por lo más sensato, no privar a nadie del placer relajante de morder los capuchones en los exámenes, o cuando uno no sabe qué escribir frente al blanco absorto de una cuartilla muerta, que diría el poeta.
La inmediatez con la que hoy se puede dar una opinión a través de las redes sociales, y su capacidad de urgente difusión y transcendencia, nos hace pensar que habría que ir ideando un dispositivo para internet que permitiera que cada cual pudiera chupar y masticar libremente “el capuchón de sus comentarios y opiniones”, pero que llegado el caso de tragárselos no se asfixiara, ni nos atragantara a los demás
Se ha dicho que el ser humano usa la imaginación para consolarse de lo que no es, y utiliza el sentido del humor para consolarse de lo que es. Imaginación y sentido del humor que cuando se unen nos definen sus tres niveles básicos: agudeza mental con chispa, gracieta chistosa, o pitorreo tabernario.
Para que el humor sea inteligente y saludable debe ser, ante todo, respetuoso, y tiene que permitirnos ver la realidad con un cierto grado de ironía crítica. El nivel de dignidad, propia y ajena, debe estar siempre, como decía el maestro Chillida, por encima del miedo, pero también por encima del sentido del humor.
De momento, para cuando se traspase el nivel de dignidad en los calentones de los 140 caracteres de twitter, ya contamos con el agujero del capuchón de ese otro sentido de la inteligencia que siempre ha sido el sentido común, que de tantos ahogos verbales suele librarnos.
@suarezgallego
Publicado en Diario JAÉN el martes 23 de junio de 2015
el_agujero_

viernes, 7 de marzo de 2014

Elogio de la fregona en el Día de la Mujer, 8M



He oído decir a muchas venerables abuelas, sobre todo de pueblo, que la liberación femenina comenzó el mismo día que se inventó la fregona, a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo XX.
Fue entonces cuando la mujer de su casa –de profesión sus labores, como se hacía  constar en el carnet de  identidad-- dejó de fregar el suelo hincando las rodillas, para hacerlo de pie;  manteniendo erguido no sólo el cuerpo, sino el talle de su dignidad, porque desde siempre eso de arrodillarse ha tenido connotaciones, más o menos piadosas, de humillación, vasallaje y sumisión.
La fregona, con su palo a modo de vara de mando,  su mocho y su cubo con su cestillo escurridor --invento de un español, por cierto--, vino en aquellos años a poner en marcha una revolución doméstica en el mundo de la mujer, a la que la tradición y las buenas costumbres la habían tenido tirada por los suelos, trapo en mano y cubo en ristre, para tener la casa como los chorros del oro, y no ser objeto de críticas maliciosas por parte de sus propias vecindonas, mujeres también que tampoco se libraban de andar tiradas por los suelos, ni de ser reprendidas por  maridos malcriados en el más denigrante machismo de  la época. La mujer, tirada en el suelo, rodillas en tierra, en un principio, y agarrada al palo del mocho de la fregona después, no sólo le sacó brillo al suelo de su casa, sino que acabó viendo como se reflejaba en él la geometría irrenunciable de su dignidad.
Ciertamente hay inventos, como éste, que no han servido para que el hombre llegue a la Luna, pero sí para poner en órbita el respeto incuestionable hacia la condición de mujer, sea cual fuere la época. Aunque  la fregona, como todos los acontecimientos históricos, sigue teniendo sus revoluciones pendientes. En este caso, la mujer, pese a fregar erguida, lo sigue haciendo con agua sucia. 
La realidad es que, paradójicamente, muchas mujeres, durante el más de medio siglo de existencia de la fregona, han sido agredidas con el mismo palo que sustenta el paradigma de su dignificación.

Evidentemente, sólo con tecnología no se hace una revolución. Hay que seguir en la brecha luchando y no bajar la guardia.

¡FELIZ DÍA DE LA MUJER! 

(AUNQUE AÚN HAY MUJERES QUE SUFREN MALTRATO. LLAMA ENTONCES AL 016, NO DEJA HUELLA EN LA FACTURA TELEFÓNICA Y ES GRATUITO)

(@suarezgallego)

lunes, 3 de marzo de 2014

La sangría



Mira paisano, no pretendo escribir hoy aquí de gastronomía,  aunque te parezca mentira,  y por mucho que la Comunidad Económica Europea haya legislado sobre la forma “oficial” de preparar la sangría sin darle gato por liebre a los turistas.

 La sangría a la que me refiero es otra, de un vino más amargo y con un hielo del que te hiela el corazón de  la forma más machadiana. Es la que se está haciendo con nuestra juventud, la generación mejor preparada de todas cuantas ha tenido España, y la peor compensada y menos retribuida, que tiene que hacer la maleta e irse lejos de esta España a la que cantamos en el cancionero popular como madre, y ahora padecemos como madrastra.

Uno creía que la canción estandarte del  Emigrante que cantara con tanto sentimiento Juanito Valderrama, había perdido su vigencia como copla paradigma del que tiene que abandonar su tierra y su familia, creía que en un mundo globalizado su mensaje había quedado obsoleto en pleno  siglo XXI. No es así paisano. Nuestros jóvenes emigrantes ya no pretenden  “hacer un rosario con tus dientes de marfil” antes de irse, pero si te aseguro, paisano, que he visto a algunos muy allegados “volver su cara llorando” antes de entrar en el túnel de embarque de un aeropuerto, como dice la mítica copla del insigne torrecampeño.

Es cierto, paisano, que siempre partir es perder buscando ganar. ¡Pero cuanto duele verlos irse! Yo creía que esta crisis era económica y social, exclusivamente, pero veo cada día más que estamos inmersos en una crisis de dignidad. Contrasta ver a los que vuelven la cara llorando, tapándosela dignamente con la boleta de embarque, con los que descaradamente aparecen en los medios de comunicación con la sonrisa de oreja a oreja diciéndonos que “esto está ya superado, pero que  no entendemos de macroeconomía”.

Yo creía que al circo se iba a reírnos de  los payasos, y por eso les pagábamos. En este otro circo de  la crisis de dignidad, son los “payasos” los que se ríen de nosotros, y encima los tenemos que mantener y soportar. A mí, paisano, los políticos que como los payasos dejan de hacerme gracia, lo que acaban dándome es miedo, mucho miedo.

(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN el martes 4 de marzo de 2014.


sábado, 22 de febrero de 2014

Cuando el viento es caricia




Mira, paisano, a estas alturas de la película ya nos hemos dado cuenta que la Europa que nos vendieron los europeístas convencidos no es otra cosa que un cajón repleto de intereses más que de ideas, por mucho Himno a la Alegría beethoveniano que se le ponga al videoclip de promoción.

Hasta no hace mucho se ha tenido por cierto que es el ánimo humano quien crea la riqueza, llegándose a pensar ingenuamente que es preferible un hombre sin dinero, que el dinero sin hombres. Ahora, con las martingalas con las que nos embaucan el neoliberalismo y la revolución tecnológica de la informática, estamos comprobando en nuestra carne social que no sólo hay hombres y mujeres sin dinero –cosa harto lamentable-, sino que el dinero ya es capaz de generarse sin la laboriosidad de mujeres y hombres, es decir, la exaltación de la especulación pura, que en boca de mi tabernero de cabecera no es otra cosa que: “El dinero no da la felicidad... ¡es la felicidad¡

Hasta que en el siglo XVIII a nuestros pensadores de la Ilustración se les encendió la bombilla y se percataron de que es sólo la laboriosidad de sus gentes lo que engendra la prosperidad de los pueblos, se pensaba y defendía  a macha martillo que las naciones se hacían más grandes con sólo ampliar sus fronteras y defender las peculiaridades de su identidad colectiva. Apreciaron en su disquisición economicista cómo era posible que  poseyendo España tantos territorios –incluidos los de ultramar-- y tantas fronteras, disponiendo de un idioma universal, y sobre todo estando protegida por el único Dios verdadero, ¡ahí es nada¡, cómo era posible entonces que la inmensa mayoría de las gentes que la habitaban vivieran en la miseria. Famosa es la frase de Carlos III, rey que ya lo fue de Nápoles durante veinticuatro años antes de serlo de España, en la que resumió la idiosincrasia celtibérica: “los españoles son los únicos que cuando se les quita la mierda lloran”.

La cultura de la subvención nos ha hecho más “señoritos” europeos que “españolitos” laboriosos. Lo decía Einstein: “Sin crisis todo viento es caricia”. Ahora, paisano, no nos queda otra que superar este vendaval de bofetadas.


(@suarezgallego

El canto de los pájaros.



Mira, paisano, he elegido este título para mi primer artículo del año porque en el día que escribo estas líneas, al ver amanecer he comprobado que aún siendo muy parecidos los arreboles del amanecer y del atardecer, no así lo son el canto de los pájaros en la salida del sol o en su ocaso.

A veces el ajetreo de lo cotidiano nos mantiene ausentes de toda la tramoya de la vida. Fue ayer precisamente, mientras hacia mi caminata por el campo, cuando pude percibir que tras el ocaso se hizo un silencio de los pájaros que en mucho rememoraba la cita del Apocalipsis de San Juan que da nombre a la extraordinaria película del sueco Ingmar Bergman “El séptimo sello” (1957): Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo como de media hora. (Ap 8:1)

Confieso que mis conocimientos sobre el canto de los pájaros no van más allá de haberlos oído en sus jaulas en los balcones de mis vecinos, o en el campo cuando salgo a pasear, pero sí se que el único pájaro que canta pasada esa “media hora apocalíptica” es el ruiseñor, que lo hace hasta por la noche desafiando con su valor la astucia de las rapaces nocturnas.

En el estreno de este 2014, paisano, se percibe en el ambiente un sentimiento de ocaso. Una sensación de que algo se está acabando, por mucho que nos quieran poner en los arreboles de este atardecer unos cantos enlatados de unos jilgueros de mentira que hagan de este crepúsculo de derechos y de libertades un trampantojo de la España democrática surgida de la Transición. Se nos conforma diciéndonos que ya se ve una luz al final del túnel. Muy probablemente sea la de un rotulo luminoso que dice “Precaución. Continúa usted en el túnel”.  

La marca España en este crepúsculo social está llena, sobre todo, de “pájaros de cuenta” con contabilidades poco claras; de pavos reales con vocación de gallos de Morón, y de cuervos carroñeros pululando por el mundo laboral.

A  la caída de la tarde pude apreciar que los pájaros no cantaban, estaban posados en silencio sobre los cables de alta tensión de las compañías eléctricas, y entre las púas de las alambradas de espino. Paisano, convéncete, no hay una canción para enterrar los ocasos.


(@suarezgallego)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Gastrósofos y gastrogílis

Omar Ortiz: “Espiral Cítrica”, óleo sobre lino, 160 x 120 cm



(Publicado en Diario JAEN el martes 10 de septiembre de 2013)


            Mira, paisano, decía de sí mismo el maestro Federico Fellini (1920-1993) que  era un artesano que no tenía nada qué decir, pero sabía cómo decirlo. Definía don Federico su filosofía existencial de esta forma: No existe un final. No hay un principio. Sólo la infinita pasión de la vida. Se desprende de esto, paisano, que vivir es lo más sorprendente y genial que le puede ocurrir a cualquier bicho viviente, siempre que como artesano de la vida se le ponga pasión a lo que se hace, aunque no se tenga algo que decir.

            La pasión vital se suele poner de manifiesto de manera más evidente en los tiempos difíciles, en los que el único realista de verdad siempre ha sido el visionario.

Cuentan que Ferrán Adriá, un visionario de la cocina, estando un día en su restaurante El Bulli, y teniendo que dirigir la cena de su equipo, echó en falta las patatas para hacer una tortilla, recurriendo para ello a una bolsa de patatas fritas –las de Casa Paco, o las Oya de toda la vida, paisano—, las desmenuzó con la mano, las mezcló con el huevo batido, y culminó una inimaginable tortilla que inauguraba sin pretenderlo la era de la “cocina de la deconstrucción”. Adriá y su paradigma culinario dio pie para que el planeta de las cosas del comer se llenara en tiempos de opulencia de dos especímenes bien definidos: Por un lado los gastrósofos, más proclives a valorar con quien comían, que propiamente lo que comían. Y por otro lado los gastrogilis, más por la labor de amargarle la vida a sus compañeros de mesa hablándoles de lo que comían sin saber lo que comían.
  
Es significativo que ahora haya más niños que quieran ser cocineros, que niños que quieran ser frailes, tal vez porque lo de ser cocinero antes que fraile siga siendo el paradigma de  una buena formación para sobrevivir.

Desgraciadamente, paisano, en tiempos como estos el hambre comienza a ser parte de la infinita pasión de la vida. Estamos en manos de cuatro gastrogilis empecinados en una “deconstrucción” social y moral para que los cocineros y los obesos sean un suculento espectáculo mediático. Es la nueva teología de la nutrición encumbrando a sus herejes.


(@suarezgallego)