Recuerdo aquellos tiempos en los que cambié la trinchera del desencanto por el noble menester de ser corresponsal de barra tabernaria, más que de guerra de salón, en los que guardaba en el cajón de mi mesa un diario de vivencias –sempiternamente inédito— al que titulé “Escupiendo a barlovento”, y cuya dedicatoria decía así: “A mis amigos en el poder. Piadosamente”.
Escupir a barlovento es la lección primera que ha de aprender todo grumete a la hora de embarcarse, ya sea por mera aventura lúdica, ya sea por el sólo deseo de adentrarse en el mar tenebroso de las singladuras del poder. Escupir a contraviento, esquivando tu propio salivazo devuelto por la galerna, es la reválida que la universidad de la vida le hace pasar a todo aquel que lleva cumplida relación de todas las cosas que «me duelen hace tiempo en los cojones del alma», que diría nuestro Miguel Hernández.
© José María Suárez Gallego
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