lunes, 9 de septiembre de 2013

Gastrósofos y gastrogílis

Omar Ortiz: “Espiral Cítrica”, óleo sobre lino, 160 x 120 cm



(Publicado en Diario JAEN el martes 10 de septiembre de 2013)


            Mira, paisano, decía de sí mismo el maestro Federico Fellini (1920-1993) que  era un artesano que no tenía nada qué decir, pero sabía cómo decirlo. Definía don Federico su filosofía existencial de esta forma: No existe un final. No hay un principio. Sólo la infinita pasión de la vida. Se desprende de esto, paisano, que vivir es lo más sorprendente y genial que le puede ocurrir a cualquier bicho viviente, siempre que como artesano de la vida se le ponga pasión a lo que se hace, aunque no se tenga algo que decir.

            La pasión vital se suele poner de manifiesto de manera más evidente en los tiempos difíciles, en los que el único realista de verdad siempre ha sido el visionario.

Cuentan que Ferrán Adriá, un visionario de la cocina, estando un día en su restaurante El Bulli, y teniendo que dirigir la cena de su equipo, echó en falta las patatas para hacer una tortilla, recurriendo para ello a una bolsa de patatas fritas –las de Casa Paco, o las Oya de toda la vida, paisano—, las desmenuzó con la mano, las mezcló con el huevo batido, y culminó una inimaginable tortilla que inauguraba sin pretenderlo la era de la “cocina de la deconstrucción”. Adriá y su paradigma culinario dio pie para que el planeta de las cosas del comer se llenara en tiempos de opulencia de dos especímenes bien definidos: Por un lado los gastrósofos, más proclives a valorar con quien comían, que propiamente lo que comían. Y por otro lado los gastrogilis, más por la labor de amargarle la vida a sus compañeros de mesa hablándoles de lo que comían sin saber lo que comían.
  
Es significativo que ahora haya más niños que quieran ser cocineros, que niños que quieran ser frailes, tal vez porque lo de ser cocinero antes que fraile siga siendo el paradigma de  una buena formación para sobrevivir.

Desgraciadamente, paisano, en tiempos como estos el hambre comienza a ser parte de la infinita pasión de la vida. Estamos en manos de cuatro gastrogilis empecinados en una “deconstrucción” social y moral para que los cocineros y los obesos sean un suculento espectáculo mediático. Es la nueva teología de la nutrición encumbrando a sus herejes.


(@suarezgallego)

jueves, 15 de agosto de 2013

Sabores y libertades




Mira, paisano, por estas tierras de las piedras lunares el alma se agazapa en el corazón, la razón se exilia en la cabeza, y la libertad se hace huésped de la bragueta. Habitante  de allí donde se juntan las piernas.

De los denominados “compañones”  por las gentes de nuestro Siglo de Oro, nos aflora, la mayoría de las veces, el alma y la razón con la que justificamos los fundamentos de nuestra parcela de libertad. Hacer las cosas porque nos salen de los "cohones" - con hache aspirada- suele ser el argumento último que avala el habernos pasado un semáforo en rojo, el haberle propinado un injusto pescozón al niño cuando pierde nuestro equipo de fútbol, o negarnos a pagar los recibos de la comunidad de vecinos. De los también llamados "cataplines" nos brota, como de inagotable fuente, una altivez incansable e insensata, irreprimible e ignorante, en la que se ahogan nuestras más íntimas limitaciones.

En el fondo, ya lo decía Gracián, necios son todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo aparentan, de ahí que a estos últimos los delate el uso que hacen de la libertad. Si son fuertes, emergerá su exageración.  Si son débiles, aflorará su indolencia. Pero siempre encontrarán tras la bragueta el destino de su fatal destierro existencial. La tiranía de chichinabo de los que sólo ven en la cojonera el lugar idóneo donde guardar la razón última de la libertad, más que oprimirla acaba por deshonrarla.

Tal vez, si el alma reside en el corazón y la razón en la cabeza, la tolerancia, o libertad que no emerge de la zona testicular, resida en el paladar. Efectivamente, sobre gustos no hay nada escrito, y hora es ya que algo se vaya escribiendo, sobre todo para no confundir el culo, antípoda de la bragueta, con las témporas, en las que han naufragado siempre los ayunos de nuestros antecesores. La mejor forma de que no se nos atragante la libertad es paladearla, apreciando todos los matices de la diversidad opinable.

Ningún saber es nuestro, paisano, aunque nos pertenezcan todas sus esencias. Es por ello por lo que entre lo dulce y lo amargo no exista más distancia que la que media entre la felicidad y el sufrimiento, o entre la tiranía y la libertad.


(@suarezgallego)


Publicado en Diario JAEN el martes 13 de agosto de 2013

martes, 28 de mayo de 2013

El árbol de Olavidia



El autor, en julio de 2007, junto al árbol y la piedra que recuerdan a Carlos III en el Parque de la Fuentecilla en Guarromán desde 1988, año que se celebró el III Congreso de Historia de las Nuevas Poblaciones.


Mira, paisano, se conmemoran los veinticinco años de la encina que se plantó en Guarromán con tierra traída de todos los municipios de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, con motivo del Bicentenario de la Muerte de Carlos III, y que figura desde entonces en el escudo de Olavidia. ¡Qué tiempos aquellos cuando nos subíamos a las cometas de la Utopía y le colgábamos en su cola las banderas que ahora nos arrían! Ya hemos aprendido de sobra, paisano, a sacarle lustre cada mañana a los zapatos de ganarnos el pan, y a calzarnos por las tardes los pies desnudos de sentarnos a la orilla del río de los sucesos. Los doctorados en Ciencias Inútiles para lo único que sirven, paisano, es para poder clamar de vez en cuando en el desierto de papel de estas veintitantas líneas, que como casi treinta dunas, le ponen la arena al albero de estos artículos.

Olavidia es todo aquello que en el siglo XVIII Pablo de Olavide soñó en los ojos de cada uno de los colo­nos que trajo a las estibaciones yermas de Sierra Morena desde los fríos y las hambrunas de las posguerras de Centroeuropa. Olavidia es,  sobre todo, paisano, la utopía que guardan los proyectos que se  redactan para construir sociedades mejores en las que  no sean los gobernantes los que les piden al pueblo que dimita de sus funciones reivindicativas en pos de patrias más grandes, aunque menos libres y nada unidas.

Qué fácil es pasar, paisano, del concepto de comunidad histórica al de “comunidad histérica” cuando los gobernantes de turno olvidan el síndrome de Esquilache –esto es, paisano, salir por pies perseguido por el pueblo que se niega a perder lo que es suyo—  y hacen oídos  sordos a lo que el pueblo les canta en sus cancioncillas de gramática parda:

Algún día mucho fui,
ya cosa ninguna soy,
pues se cagará en mi hoy,
quien temblara ayer de  mí.

Escribo estas líneas precisamente a la sombra de aquel emotivo árbol desde la comodidad de hacerlo en una moderna tablet, feliz y contento porque,  pese a todo, aún no se le haya ocurrido a algún iluminado salvapátrias cortárnoslo.
  

(@suarezgallego)


Publicado en Diario JAEN el  martes 28 de mayo de 2013





domingo, 19 de mayo de 2013

Romance de ciego que se cantaba en la Romería de San Isidro en Guarromán




Trascripción musical de la melodía del romance de San Isidro que se cantaba en la romería de Guarromán.





En los años cuarenta del siglo XX un grupo de niños, hoy ya abuelos, aprendieron un romance de ciego en el que se cuentan varios milagros tradicionales de San Isidro, que se cantaba mientras se «hacía el camino» de la pradera, y que gracias a Juana Dorado, que en su tiempo nos lo cantó para su posterior trascripción, y a Santi Villar Caballero, cuya música nos transcribió gentilmente a un pentagrama, hoy podemos ofrecer. 


Romance de ciego de San Isidro, recuperado por Juana Dorado que lo cantaba en los comienzos de los años noventa del siglo xx

San Isidro el labrador iba
pa su quintería
y cuando iba a labrar
era más de mediodía.

Los labradores de alrededor
al amo van a imponer
a decir que su criado
no cumple con su deber.

Si mi criado no labra
nada tiene usted que ver
a vos no le pido nada
para pagarle yo a él.

ellos se salen pa fuera
con cara de avergonzados,
y el amo que no era tonto
quiso enterarse del caso.

Buenos días tenga Isidro
dime quien te está ayudando.
Tan sólo un Dios verdadero
que me da salud y amparo.

En esos mismos momentos
Isidro salió arando
y vieron salir tres surcos
no habiendo más que un arado,
con dos ángeles detrás
todo vestidos de blanco.

A otro día de mañana
a Isidro mandó labrar
a tierras que no había agua
ni tampoco agua habrá.

Buenos días tenga Isidro.
Y venga con Dios mi amo,
como verá la faena
esto queda bien labrado.

Isidro no hay por aquí
ningún arroyo ni fuente
para calmar esta sed
que la traigo muy ardiente.

Y venga con Dios mi amo
no le extrañe que le diga
que en lo alto de la roca
brota el agua cristalina.

Isidro ha cogío la vara,
la vara de gavilanes,
y dando un golpe muy fuerte
el agua sale a raudales.

El amo ha cogío un caballo
y a su casa va llorando
diciéndole a su señora
que su criado era santo.

A otro día de mañana
las campanas repicaron
y van a sacar a Isidro
por mandato de su amo.
Por eso se hace la fiesta
el día quince de mayo.



(@suarezgallego)

martes, 30 de abril de 2013

Los rencores del estómago




Mira, paisano, decía Montesquieu,  el mismo que aportó al Liberalismo el principio de separación de los tres poderes del Estado, que la medicina cambia con la cocina. Esto, dicho para que nos entendamos, es  que la salud se negocia en la oficina del estómago, ese órgano tan rencoroso que cuando se le atiborra de  hambre es capaz de vomitar guerras civiles.  

La crisis --no hay mal que por bien no venga, paisano— está sirviendo para que se abran las alacenas de los partidos políticos, de los sindicatos, y de algunas instituciones   del Estado, y se perciba el hedor de  las corruptelas de algunos que están siendo la causa del hambre y de la desesperación de muchos. Cuando quienes deben buscarles soluciones a la crisis no saben, o no les interesa, aplicar otra medicina que la de “cortar por lo sano”, la cocina popular los estigmatiza sin piedad con sus eufemismos.

De este modo hemos oído que a la política del tongo se le llama pucherazo. Si  éste ha sido a iniciativa personal de un sólo individuo se pone como excusa que se le ha ido la olla; y si en el  ajo hay más gente, se hablará entonces de olla podrida, que debe su nombre, dicho sea de paso, a la olla poderida, monumento del pensamiento culinario gótico español,  llamada así porque sólo la tomaban los que tenían poderío para costearla, por las muchas y costosas viandas que la componían. Para investigar en los pucheros no hay más remedio que meter la cuchara, sin que otros pongan el cazo y sin que algunos metan la gamba, pues ya es sabido que en todos sitios cuecen habas, siendo mejor que éstas hiervan con agua transparente que con mala leche. No nos extrañe por tanto que al lugar donde se conspira corruptamente se le llame cenáculo. Tiempo ha que se sabe en la práctica politiquera lo que ya escribiera Cervantes al respecto: La mejor salsa del mundo es el hambre, y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto.

Conviene no olvidar,  repito a modo de aviso a navegantes, que el estómago es el órgano más rencoroso del cuerpo humano, y que el hambre es el primer motivo de rencor.

Pero también solía decir Montesquieu que para prosperar en el mundo había que tener aire de tonto sin serlo, tal vez porque el  pueblo acaba defendiendo más la gramática parda de sus costumbres que la prosapia de sus leyes. Después de Dios, la olla, y lo demás bambolla, decían en el Siglo de Oro, que fue también el siglo del hambre. Lo que pasa es que como siempre, paisano, el oro lo trajinan unos cuantos, precisamente los mismos que reparten el hambre tan generosamente.

Al pueblo lo único que le están dejando últimamente es que administre el rencor de su estómago, y hasta para eso ya se le están poniendo pegas y malas caras.  

(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN el martes 30 de abril de 2013

viernes, 26 de abril de 2013

...que ciento volando




Lo peor de ir cumpliendo años es que cada vez se hace más persistente en tí la idea de haber cruzado ya,  y al sprint, las metas volantes más decisivas del tour de tu vida.  
          
Llega un día en el que, sin saber por qué, uno toma conciencia de que lo que hasta ahora ha sido escalar el puerto que te lleva a las primeras canas, casi sin sentir y sin la necesidad de culear sobre los pedales, una vez culminado, se vuelve cuesta abajo y ruedas a la velocidad precisa en la que el miedo a sentir miedo te hace dar unos leves toques  a los frenos con el disimulo y el sigilo del que nunca ha roto un plato. 
           
La caída por esa cuesta es imparable. El sabor de la llamada del tiempo ya es ineludible. Cuando lo has probado es inevitable que cada mañana te levantes con un regusto último a aceitunas amargas. Los sabores se aprecian o se desprecian, pero no se llegan a comprender jamás. Es el destino, te dicen, pero piensas que sería una putada --no tiene otro nombre-- caerte de la bicicleta vital en este preciso momento cuando ya te has enterado de hacia dónde corres.

El vivir de cada día nos suscita a cada paso la eterna duda entre optar por la seguridad de un futuro resuelto, o elegir el riesgo y la incertidumbre de no saber si mañana amaneceremos pez, sonrisa o patada en la entrepierna. Woody Allen, en su ya legendaria encíclica en blanco y negro Manhattan, se planteaba el "además" que le pedía a la vida el hombre que había conseguido asegurarse el plato de lentejas diarias. La sociedad competitiva, y ahora en crisis, en la que nos derramamos cada mañana al levantamos, nos adiestra cumplidamente en el positivismo del "vale más pájaro en mano que ciento volando", y una vez enjaulado el pájaro de nuestra seguridad, el "además" que le pedimos a la vida es que no se nos niegue la capacidad de soñar con los cien pájaros que siguen volando.

Una de las maldiciones más perversas que he oído es: “Permita Dios que veas tus sueños realizados”, y no tengas más remedio que apechugar con ellos y sus consecuencias.

(@suarezgallego)

jueves, 25 de abril de 2013

Lo viejo, lo antiguo, lo rancio y los garbanzos negros




Mira que nos gusta, paisano, oponernos por sistema a todo lo nuevo, por bueno y conveniente que sea, o nos parezca. El ilustrado Pedro Campomanes, factotum de Carlos III, en su famoso “Discurso sobre la educación de los artesanos” (1775), que dio lugar, entre otras cosas, a la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, se refería al caso de fray Juan de Medina, que dos siglos antes, en el XVI, ya pedía que no se le acusara del “delito de novedad”.
Claro está, en un lugar donde lo “nuevo” llega a ser considerado delito, se le acaba tributando veneración legalista no a lo viejo –tantas veces venerable--, ni tampoco a lo antiguo –tantas veces admirado--, sino a lo “rancio” y a su hedor inmovilista.
Siempre he pensado, --y perdóname, paisano, esta incursión gastronómica, pero bien sabes que la cabra invariablemente acaba tirando al monte --, que lo que le da el justo sabor vitalista al popular cocido es precisamente el tocino fresco que luego se pringa en el pan, y no el ambiente de familia en el que siempre se han comido sus tres vuelcos.
Antológica es la anécdota que me contaba mi recordado amigo Diego Rojano sobre el filósofo y ensayista catalán Eugenio D’Orts, cuando al bajar del tren en Zaragoza lo esperaba a pie de vagón un amigo castizo hasta las trancas que le dijo a modo de recibimiento: ”Vendrá a mi casa... Y comerá un cocido en familia”. D'Orts, desde la retranca que gastan como nadie los hijos del Mediterráneo, murmuró por lo “bajini”: “Precisamente las dos cosas que más me molestan: la familia y el cocido”. Debió pensar el ilustre filósofo catalán que tanto en el cocido, como en la familia, son donde más florecen los garbanzos negros.
Konrad Adenauer, el padre de la nueva Alemania que surgió después de la locura hitleriana, decía no sin cinismo que “no hace falta defender siempre la misma opinión porque nadie puede impedir volverse más sabio”.
Quien es capaz de aceptar como algo natural la mutabilidad del Universo –el cambio constante--, acaba por desabrocharle la blusa al propio inmovilismo, y descubre que la vida en esencia se mueve y nos mueve, y con ello nos airea y nos ventila.
Por eso me preocupan tanto, paisano, los que dicen que nunca han cambiado un ápice su manera de pensar. La ranciedad a la que suelen oler sólo les sirve de coartada para no admitir que, pese a todo, se nos brinda cada día la posibilidad de volvernos un poco menos garbanzos negros en un universo que inevitablemente se expande, achicándonos hasta los límites infinitesimales de lo ridículo.

(@suarezgallego)

miércoles, 24 de abril de 2013

Por mayo verás las banderas




Me decía días pasados el “Cantaorejas” --un contertulio aficionado al cante con el que comparto alguna vez que otra el espacio tabernario—  que el mes de mayo es el mes de las banderas: “Si no fíjese usted –me explicaba--, banderas rojas que llevan los sindicalistas el día del trabajo; banderas de tós colores que llevan los barandas de las romerías de mayo; banderas de  rayas que sacan los forofos a los campos de fútbol pa animá la Liga y la Championlí, o cómo demonios se llame; banderas con las que unos y otros se limpian la sangre y los rencores de las guerras de  los talibanes…. ¿Y las plazas de toros?, sobre tó la Maestranza de Sevilla y las Ventas de Madrid, llenas de gente hasta la bandera... Se ha dao usted cuenta que hasta toas las mujeres por mayo son unas mujeres de bandera...

Mi contertulio “Cantaorejas” es un pensionista minero, de esos de edad imprecisa que lleva grabada en la cara la evidencia certera de que la silicosis,  el tabaco y el coñac de haber ahogado muchos gusanillos mañaneros, no van a dejarle que cumpla la edad que  representa. No es consciente de la transcendencia que tuvo el “mayodelsesentayocho”, cuando, también por mayo, se  levantaron las banderas en las calles de París buscando la playa debajo de los adoquines. 

¡Si el pobre “Cantaorejas” supiera que hoy muchas de aquellas banderas arrastran sus pespuntes de nostalgia por las moquetas de los despachos oficiales! Con razón se me queja, entre trago y trago, que cada año que pasa las banderas de los sindicatos van siendo menos rojas; que cada mayo que pasa las banderas de las romerías van siendo más laicas, y que cada vez hay menos hombros en las tabernas a los que agarrarse para cantarle por lo “bajini” a las orejas del alma:

Desgraciao aquel que come
el pan en manita ajena.
Siempre mirando a la cara
si la ponen mala o güena.“

El desencanto también tiene su bandera, y nunca faltan malos vientos que la tremolen. Sobre todo en este mayo en el que los mástiles de la esperanza los tenemos desde hace meses repletos de banderas piratas.

(@suarezgallego)

domingo, 14 de abril de 2013

Manuel Bonillo Ossorio, una vida sencilla y honesta.





            A la edad de 94 años nos ha dejado Manuel Bonillo Ossorio, natural de la Aldea de La Mesa, en Carboneros. Un paisano de estas tierras de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena que durante su vida, tal vez sin ser consciente de ello, fue fiel al ideario universal de la gente sencilla y honesta que definió Mahatma Gandhi: “Posiblemente lo que hagas no sea importante, pero es importante que lo hagas”.

            Manuel Bonillo era nieto de uno de los mineros --con idéntico nombre y apellido que el suyo-- que vinieron de la comarca almeriense de Albox cuando a partir de 1861 comenzó un auge del plomo en el distrito minero de Linares-La Carolina. Eran llamados aquellos otros colonos los “tarantos” debido a sus familias numerosas y su procedencia de tierras de Almería. Los descendientes de muchos de ellos dejaron las galerías mineras y se agarraron a la tierra como agricultores y hortelanos. Fue el caso del padre de Manuel, Domingo Bonillo Collado, conocido por “Chivones”,  en cuya huerta, que aún se conoce por ese nombre, comenzó a trabajar el mayor de sus seis hijos, Manuel Bonillo Ossorio, a la edad de nueve años, hasta que con 17 años se alistó al bando republicano durante la Guerra Civil del 36/39. Concluida ésta pasaría otros tres años más de “mili” bajo el bando vencedor.

            De vuelta a su aldea su vida fue la de un hombre sencillo de campo, jornalero, aceitunero y hortelano, querido y respetado por su honradez, honestidad y esfuerzo en el trabajo, con el que junto a su esposa Emilia Avi Ibac sacó adelante, no sin mucho esfuerzo y tesón, a sus tres hijos Domingo, Juan Francisco y Manuel Jesús. Se hizo merecedor de la confianza de todos con cuantos trabajó, y del respeto de todos los que le conocieron.

Hasta no hace tanto tiempo, casi nonagenario, se le veía todos los días al amanecer encaminarse con su burra a su huerta, aquella de su padre en la que comenzó a trabajar siendo un niño aún. En ella labraba toda clase de hortalizas  de las que cada día presumía de que eran las más naturales pues no les ponía producto químico alguno, siendo coherente hasta el final de sus días con el entorno en el que pasó toda su vida y del que vivió.

            Descanse en paz Manuel Bonillo, quien desde la sencillez de su vida la hizo importante para quienes lo quisieron y quienes le respetaron durante casi el siglo de su sencilla y honrada existencia.


Publicado el Diario JAEN el domingo 14 de abril de 2013

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jueves, 4 de abril de 2013

Polideportivo Álvaro del Bosque




Mira, paisano, los indios de las lejanas riberas del lago Maracaibo, en la actual Venezuela, dicen que todo hombre o mujer, ya sea joven o viejo, rico o pobre, bueno o malo, muere tres veces: La primera cuando lo hace la carne, la segunda cuando desaparecen los huesos, y la tercera cuando se cae en el olvido de las generaciones, siendo ésta, según parece, la definitiva.
Es por ello por lo que en los pueblos se recurre a bautizar los lugares de uso común con el nombre de las personas que queremos recordar en la memoria colectiva. Algo que no siempre es fácil, la verdad, porque priorizar entre lo urgente y lo importante a la hora de encumbrar al recuerdo, o relegar al olvido, a los que creemos que lo merecen, es un encaje de bolillo que se suele tejer con los avatares del momento.
 Personalmente, paisano, preferiría que si tuviera que dar mi nombre a un lugar público fuera a alguno que no ambicionara alguien, así nadie tendría el menor interés en cambiarlo cuando muerta mi carne y desaparecidos mis huesos, no quedara de mí más que mi nombre esculpido en el tiempo. Uno de esos sitios bien podría ser el vertedero municipal, hoy eufemísticamente llamado  “planta de reciclaje de residuos urbanos”. Vamos, paisano, el basurero de toda la vida. Si mi carne y los huesos que de mi sirvan los he donado para que sean “reciclados” en otros cuerpos y puedan seguir dando vida, ¿por qué no ha de servir mi nombre como estímulo para que se recicle también todo aquello que ya no queremos o no nos sirve? Te aseguro, paisano, atendiendo a tres adjetivos muy actuales, que cuando ya no se puede ser ni saludable ni terapéutico, lo mejor es ser sostenible.
El próximo sábado en Carboneros se inaugurará el polideportivo municipal, y su alcalde, mi buen amigo Domingo Bonillo, junto a su corporación, le han puesto el nombre de Álvaro el Bosque, hijo del seleccionador nacional Vicente del Bosque, que es ese chico con síndrome de Down que vimos con la camiseta de “La Roja” en el autobús triunfal de los campeones del mundo de futbol junto a los Iniesta  y a los Casillas, expresando con su sonrisa un “y yo también” en nombre de todos aquellos que “también son y están” en la realidad de nuestros días. La tierra que se extrajo para poner la primera piedra del edificio la recibirá Vicente del Bosque como Colono de Honor de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la Olavidia de nuestros anhelos, y un partido de futbol sala entre jugadores de Madrid y Jaén con síndrome de Down será su primera actividad. El saque de honor lo hará Pablo Pineda, actor y primer licenciado europeo con este síndrome. Todos llevarán en la camiseta un lema: “En Carboneros: ¡También podemos!”. Y te aseguro, paisano, que pueden.
Publicado en Diario JAEN el martes 2 de abril de 2013
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viernes, 1 de marzo de 2013

Eufemismos en su salsa







Es el eufemismo el capote dialéctico con el que toreamos las palabras y descabellamos los conceptos que ellas albergan. Los capotes, como los eufemismos, tienen mucho de mentira disimulada, porque con los primeros ponemos la bravura del toro al alcance de la puya del picador para desgastarle su fiereza, y con los segundos le arrebatamos a las palabras lo que de fieras y puyazo tienen. Los eufemismos tratan, últimamente con mayor frecuencia, de ponerle el disfraz de “políticamente correcto” a las actuaciones incorrectas de los políticos.

Llamarle a la suegra madre política es un ejemplo de lo que suele hacer un eufemismo sin piedad alguna. No es la palabra suegra la que se  percibe como deterioro del  sagrado concepto de madre, sino es el de política quien parece envilecerla. Llamarle daños colaterales a las víctimas civiles de una guerra,  o regulación de empleo a un despido masivo, tienen los mismos fundamentos y amparan los mismos argumentos que llamarles suavemente “hijos de mala madre”  a los “hijos de puta” que han dado lugar a ello.

La gastronomía es fuente de  “sabrosos” eufemismos, regalándonos algunos muy  curiosos y de plena actualidad. Así, quien nos aburre con su discurso es un “pestiño”; quien se traga sin rechistar los argumentos de un discurso político es un “come talegas”; quien pese a todo sigue apoyando reiteradamente  a quien lo engaña, es un “papa frita”; quien  justifica como bueno y necesario lo que hace quien lo está engañando es un “mendrugo”; el ladrón que se lleva lo que no es un suyo es un “chorizo”; quien se va dejándonos su deuda, lo ha hecho endiñándonos una “cebolla”, y más que privarlo de libertad hay que “meterlo en el talego” para que no siga ”aliñándonos las cuentas” con las que nos da “gato por liebre”.  
   
Dame pan y dime tonto, parecen decir algunos pese a que “ser más bueno que el pan” sea el eufemismo más castizo de tonto.  Muchos ya no se pueden ni ganarse el pan porque otros  no paran de untarse con la manteca. ¡Hay que darle la vuelta a la tortilla!


Publicado en Diario JAEN el domingo 3 de marzo de 2013


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jueves, 28 de febrero de 2013

Matasellos del Campeonato Nacional de Cross por Equipos de Guarromán de 1988.




Matasellos conmemorativo de edición numerada, que promovió el Seminario de Estudios Guarromanenses, futuro Seminario de Historia y Cultura Tradicional "Margarita Folmerin", del Campeonato de España de Cross por Clubs, celebrado hace 25 años en Guarromán, suponiendo un gran evento en el pueblo. 

La 2 de TVE dedicó 50 minutos de retransmisión deportiva en directo. Recibimos la visita de cerca de 12.000 visitantes y 1.200 atletas, y se puso a Guarromán en el mapa nacional deportivo. 

Se ha perdido una buena oportunidad de conmemorar este 25 aniversario, que se cumple hoy, hecho del que no pueden presumir otros pueblos de Jaén ni de España. ¡En fin...!


jueves, 14 de febrero de 2013

Fin del pontificado de la Gloria del Olivo




Mira, paisano, la apabullante ferocidad con la que la realidad irrumpe en nuestro vivir de cada día a través de los medios audiovisuales, hace que, a modo de autodefensa, acabemos exiliándonos en las ínsulas de la irrealidad lúdica. Es como si nuestra conciencia –“conocimiento exacto y reflexivo de las cosas”— se saturara de la cruda existencia, sobre todo de la que viven otros, y lejos de asustarnos o conmovernos, simplemente nos resultara indiferente. La consecuencia, paisano, es que todo lo que no nos atañe muy directamente acaba resbalándonos. Nos resulta más cómodo, divertido y atrayente perdernos en la verdad posible que esconde toda ficción y todo misterio, antes que enfrentarnos a la realidad ajena.
 Recibo a través de la web municipal de Guarromán un correo electrónico dirigido al cronista oficial, en el que alguien que merece todos mis respetos me comunica que está investigando la posible relación del nuevo papa Benedicto XVI con las profecías de San Malaquías, en las cuales se designa este pontificado como el de la “gloria del olivo”. Mi desconocido comunicante trata de establecer una posible relación partiendo del hecho de que Joseph Ratzinger es de origen bávaro, como lo fue Juan Gaspar de Thürriegel, el asentista y aventurero que en el siglo XVIII trajo a más de seis mil colonos alemanes –algunos procedentes de Bavaria— a las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, en la comarca norte de Jaén, tierra de olivos por excelencia. Para ello me solicita que le comunique si hubo algún colono Ratzinger que pudiera estar emparentando con el nuevo Papa, y por ese hilo llegar a desliar el rocambolesco ovillo del misterioso significado vaticinado por San Malaquías en su “Gloria Olivae”.
 Le contesto a mi desconocido internauta que repasaré mis fichas de colonos, prometiéndole contestarle pronto, si bien le sugiero mientras tanto una nueva línea de investigación elucubrativa: El cardenal Joseph Ratzinger, hasta su elección como Papa, ha sido el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es lo que hasta el año 1965, fecha cuando la rebautizó el papa Pablo VI, fue la Congregación del Santo Oficio. Es decir, paisano, la Inquisición pura y dura, que llevaba en su escudo un ramo de olivo representando la misericordia hacia los arrepentidos, junto a una espada levantada símbolo del castigo a los herejes convictos. Ambas imágenes flanquean una robusta cruz de enebro cuyos brazos tanto nos recuerdan los contundentes bastos de la baraja. En el óvalo que los rodea puede leerse el salmo 73: Eurge domine et judica causam tuam (“Levántate, Señor, y juzga tu causa”).
 No sé qué decirte, paisano, pero el olivo en el escudo de la Inquisición y la pretendida gloría que le augura San Malaquías para el pontificado de Benedicto XVI acaban inquietándome sobremanera.
No desfallezco y ante esta ínsula de irrealidad lúdica me afano denodadamente deseando encontrar cuanto antes al colono Ratzinger entre los que poblaron Sierra Morena en el siglo XVIII. Sería todo un alivio.
Publicado en Diario JAEN el 10 de mayo de 2005

Vuelvo a reproducirlo cuando el pontificado de Benedicto XVI llega a su fin. Al menos bendijo a alguien que vive entre olivos, y eso ya es una "gloria del olivo" personal.

(@suarezgallego)

lunes, 4 de febrero de 2013

Entrañable Manolo "El Sereno"




Michael Jacobs, Manolo “El Sereno” y José María Suárez Gallego en la primavera de 2002 en la Aldea de Los Rios, Guarromán.


Dicen las estadísticas que somos en la provincia de Jaén los andaluces que más nos resistimos a abandonar el terruño, siendo al mismo tiempo los que menos nos va eso de irnos a las grandes metrópolis. Por el contrario, es Jaén la provincia que en cifras relativas recibe a más extranjeros decididos a establecerse entre nosotros.

Atrás quedaron los años de aquella década que llamaron prodigiosa --la de los sesenta del pasado siglo XX-- cuando los planes desarrollistas de entonces tuvieron  como “efectos colaterales no deseados” el desprestigio del mono de trabajo; toda  madre quería entonces para su hijo, evidentemente, una bata blanca de médico antes que un mono de peón, ocurriendo que terminaron los médicos vistiendo unos monos color  verde quirúrgico,  y los currantes de los talleres mecánicos la bata blanca que los ilustres doctores en medicina abandonaron con la llegada de los nuevos tiempos. Se desacreditó también entonces la bicicleta de ruedas grandes y barra en medio como saludable vehículo  sostenible por el sólo hecho de haber  sido el símbolo de una posguerra de hambrunas llena de estraperlos y cartillas de racionamiento; pero, sobre todo, y  esto es lo más grave, por aquellos entonces surgió un sentimiento de vergüenza para todos los que eran de pueblo, encargándose algún cine ramplón de ridiculizar a cuantos paletos, catetos, cazurros, garulos, castrojos, maquetos y  charnegos no habían emigrado aún desde la desesperación y el abandono de sus pueblos hacia los cinturones industriales de Madrid, Barcelona  y Bilbao. Nadie quería entonces parecer de pueblo, y en las escuelas  se enseñaba a los niños y a las niñas a hablar “finolis” y a tener ademanes de ciudad, que por lo visto era lo mejor que se podía ser entonces.

Nos ha dejado el entrañable “hombre de pueblo” Manolo “El Sereno”, protagonista de La fábrica de la Luz (Ediciones B, 2010) del escritor británico-frailero, Michael Jacobs, paradigma del “espíritu de pueblo” que tristemente va diluyendo la paradoja del “progreso globalizado” como un espejismo del desierto.


(@suarezgallego)


Publicado Diario JAEN el domingo 3 febrero de 2013.

lunes, 7 de enero de 2013

La vigencia de Herodes






 El infanticida Herodes ha pasado a la historia de las puñeterías por ser el paradigma de todos aquellos que han pretendido degollar la esperanza desde su raíz más tierna. Intentó aniquilar conceptualmente la única virtud que nos queda después de habernos vapuleado la fe con el falso misticismo de los oropeles y las parafernalias barrocas. ¿Qué hubiera sido de los que todas las primaveras andan buscando escaleras para subir al madero, si el prefecto de Judea, Poncio Pilatos, en un arrebato de insensatez política en vez de lavarse las manos como un cobarde, hubiera liberado a Cristo?

La esperanza, que intentara erradicar Herodes a machetazos sobre cuerpos indefensos, es lo único que nos queda también cuando la fe se nos diluye ante situaciones susceptibles de ser resueltas con la caridad,  esa otra virtud que bastantes veces nos sonroja cuando se la utiliza para tapar injusticias que claman al cielo. La caridad, se mire por donde se mire, es la virtud que nos mantiene en pie cuando hemos perdido todas las demás, incluida la esperanza de no perder la esperanza, de ahí que Herodes, y todos los reyezuelos que regentan el desaliento, siempre hayan puesto especial  interés en cercenar manu militari a todos los profetas que prometen la llegada de un salvador de causas perdidas, o de un libertador de sempiternas cadenas.

Frente a la crónica de lo cotidiano, cada día, se me clavan como escarpias los ojos de los niños desvalidos y maltratados. Y experimento cómo mi silencio cómplice me hace sentirme un Herodes. El mundo subdesarrollado cada vez más nos exige la oportunidad de participar en el progreso –a pesar de la crisis-- que les hemos ido hurtando durante siglos en los que a cambio de la fe sumisa en el gran  “bwana” blanco le hemos esquilmado sus recursos y les hemos provocado circunstancias sociales fundamentadas en la injusticia y la avaricia.

Me moriré  sin llegar a entender por qué algunos se empeñan en hacer pobres durante todo el año para luego poder hacer caridad con ellos en Navidad, culpando de todo ello a Herodes.


(@suarezgallego)


Publicado en Diario JAEN el domingo 6 de enero de 2013

jueves, 3 de enero de 2013

Cucharas sin fronteras, esta de Kovalam, Kerala (La India)







Una vez mi cuñada Carmen, preparando un viaje me preguntó: ¿Qué quieres que te traiga de la India? 

Siendo tantas las cosas que conforman las entretelas de ese país de milenarias culturas sólo se me ocurrió decirle: ¡Tráeme una cuchara de palo de allí!

Los hindúes suelen comer utilizando la propia mano como cuchara, no usando tradicionalmente este utensilio occidental. Esta en concreto la encontró en un anticuario de Kovalám, en Kerala, y posiblemente perteneció a alguna familia británica de la época colonial antes de la independencia de la India en 1947.

Sea como fuere es la primera cuchara de mi colección. Después, sin proponermelo, han ido llegado otras gracias a la gentileza de quienes en sus viajes se acuerdan de mí a través de este sencillo utensilio culinario. 

Tras estas cucharas sin fronteras no hay más que la reivindicación latente del derecho a comer dignamente que tenemos todos los seres humanos.

¡Y en ello estamos!

Gracias a cuántos me habéis distinguido con vuestra amistad a través de vuestras cucharas: ¡Aquí están!

(@suarezgallego)

martes, 1 de enero de 2013

Vientos propicios para 2013





Uno es de los que hizo la "mili" con lanza en los Tercios de Flandes.

Desde el humo de las cien mil batallas vividas, todas ellas perdidas, por cierto, os deseo lo mejor para 2013.

¡Que los vientos nos sean propicios para llevarlo a buen puerto!


(@suarezgallego)