martes, 9 de octubre de 2012

El sueño de los monstruos produce sinrazones





El genial Francisco de Goya intuyó como nadie el turbulento mar donde suelen desembocar las tormentas metafísicas de los espíritus innovadores. En uno de sus tenebrosos caprichos nos dejó escrita a los pies de un ilustrado durmiente una de sus demoledoras moralejas: "El sueño de la razón produce monstruos".
A los sueños ilustrados del equipo reformista del anoréxico Carlos III, a quien pintara Goya apoyado en su escopeta sin otra compañía que su real perro faldero, le seguirían las pesadillas de los cortesanos de Carlos IV, a quien también pintara Goya con aspecto bulímico de real tragapanes rodeado de toda su bobalicona prole. La diferencia que existió entre los ilustrados de Carlos III y los de su hijo Carlos IV, es que mientras los primeros trataron de iluminar el siglo XVIII con el gas inflamable de la Ilustración --“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”--, los segundos sofocaron este incendio con el pavor que les provocó la guillotina de la Revolución Francesa. Los resplandores del mortífero brillo de su cuchilla al llegar a la Puerta de Alcalá carlosterceriana decoloraron de miedo sus empolvadas pelucas al grito reprimido de "¡Ilustración sí, pero menos!" –traducido por: “mucho cuidado con lo que se le da al pueblo”--. Aquella historia acabaría cuando los nietos de los españoles que lloraban mientras Carlos III les quitaba su secular mierda del culo, recibieron en Madrid a Fernando VII, el rey más impresentable de todos los tiempos, al grito de "¡Vivan las caenas!"  – o lo que es lo mismo: “que le den morcilla al pueblo”--.
De Goya siempre me sorprendió su "Perro semihundido", cuadro en el que un chucho anónimo, tal vez descendiente bastardo de aquel que pintara junto a Carlos III, trata de sacar la cabeza por encima de unas difusas arenas amarillas. En estos días, cada vez que me siento frente al televisor y veo las últimas noticias de las polvorientas y desoladas zonas en guerra, me acuerdo inevitablemente del perro semihundido de Goya. Dicen los teóricos del pensamiento que la raíz última de todo este pretendido conflicto de civilizaciones hay que buscarla en el hecho de que la cultura islámica no tuvo un siglo XVIII donde sus ilustrados desligaran los talibanes de Dios de los talibanes del rey, de ahí que a su hambre y a sus miserias le sigan poniendo sempiternamente la bandera de la guerra santa, del mismo modo que sus enemigos del alma, aquellos norteamericanos que surgieron de los sueños ilustrados del siglo XVIII, al patriotismo constitucional de ”Nosotros el pueblo...” le sigan poniendo sus barras y estrellas imperiales.
¡Cuánto nos hemos matado los mortales en nombre de Dios! Sin percatarnos un ápice que al final, Saturno dios del Olimpo, como nos lo pintó Goya, acaba devorando a sus hijos. El sueño de la razón siempre produce monstruos, algunos de ellos tan feroces y sanguinarios como los que genera la sinrazón de los que en nombre de Dios mangonean desde el fanatismo el hambre y la miseria de los pueblos. Recuerdo que Bin Laden se doctoró en terrorismo con dólares pagados por la C.I.A. en los que piadosamente puede leerse: “In God we trust”: Confiamos en Dios.
(Twitter: @suarezgallego)

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