Hay quien ha dicho, con cierto
sentido burlón, que "la vida es una aventura de la que nadie sale vivo",
asociando el hecho de irse al "otro barrio" con la única
circunstancia vital que no tiene remedio, morirse. Tal vez sea por ello por lo
que, sabiendo de antemano el desdichado final de tal aventura, tratemos de
dilatarla en el tiempo todo lo que sea menester y hacerla lo más llevadera
posible, pues por mucho valle de lágrimas que aquí tengamos son muy pocos los
que quieren irse, que de todos es sabido que "como la casa de uno no
hay ná".
Decía
Paco "el roso", así apodado por llamarse Rosa su madre, viejo
filósofo del terruño, de esos que saben echar las cabañuelas y cubicar desde
lejos la cosecha de aceitunas por el color del olivar, decía, repito, de forma
tajante y definitiva, que de esta vida sacarás panza llena y nada más, y
había veces que el adagio lo picardeaba aseverando que de esta vida sacarás
lo que metas y nada más. Y debe llevar razón cuando, curiosamente, el
primer refrán que sentencia Sancho Panza en El Quijote (capítulo XIX),
en una aventura que recuerda el traslado de los restos de San Juan de la Cruz
desde Úbeda a Segovia, es aquel que en boca del buen escudero suena así:"...y,
como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza".
Llegando
el primer día del mes de noviembre, es tradicional que nos acordemos de todos
los que se nos fueron para siempre, pero... sin perder de ojo la hogaza. En
prácticamente todas las villas y ciudades del Reino de Jaén han existido las
antiguas Hermandades de las Animas, cuyo cometido no era otro que
recaudar fondos para sufragar las misas y los rezos que hicieran posible que
las almas en pena encontraran la paz eterna. La noche de tránsito desde
el día de Todos los Santos (1 de noviembre) hasta el día de Todos los
Difuntos (2 de noviembre) es el tiempo propicio para que los vivos se
enteren del descontento de sus muertos, pues no es menos cierto que muchas de
las hogazas que se comen algunos vivos, se han amasado con los sudores de
algunos de sus muertos, y a veces contra su voluntad. Plantearse eso de noche,
mediado el otoño, cuando las mariposas de luz, ancestrales luminarias, nadan en
el tazón sobre el aceite dibujando tenebrosas sombras, siempre suscita algún
que otro remordimiento, cuando no mucho canguelo, pues si bien es cierto que
nadie ha vuelto del otro sitio, cualquier día puede ser el primero, como bien
decía la tía Jesusona como purga de su alma y general susto de los niños
que la oíamos.
En Baños de la Encina
es tradicional que para esas fechas los hombres abandonen el pueblo pasando la Noche
de los Santos en el campo, junto a un fuego, en un chozo de la sierra, o en
alguna pequeña cortijada. Según me contaron, durante una noche que también
"fui de Santos", tal circunstancia es debida al hecho de que
desde siempre y durante esos días las campanas de la iglesia no paraban de tocar
a muerto, lo que creaba el normal desasosiego y la consabida congoja de
ánimo. El mejor remedio, empinarse un medio (medida tabernaria
para el medio litro de vino que se expendía en las clásicas botellas labradas
de anís), lejos de tan lúgubre sonido, con alguna que otra engañifa de
cerdo. Mientras tantos las mujeres acudían a las misas pertinentes, preparaban
gachas dulces de harina con tostones de pan, y miel o leche caliente según el
gusto del lugar. Los niños, como broma, les echaban trozos de corcho que los
más viejos confundían con el pan frito, y con la masa sobrante tapaban los ojos
de las cerraduras de todas las puertas y candados de la casa, para que ninguna alma
en pena, errabunda en la eternidad, pudiera entrar en ella.
RECETA DE LA GACHAS DULCES
Ingredientes: Medio kilo de harina de trigo, medio litro de aceite de oliva picual
virgen, una cucharadita de granos de matalahúva, un cuarto de kilo de azúcar, 2
litros de agua templada aproximadamente, y miel o leche caliente para
acompañarlas.
Preparación: Desahumamos el medio litro de aceite en una sartén honda, friendo luego en él unos cuarenta trocitos de
pan duro para hacer los tostones. Cuando estén dorados se sacan y se dejan
escurrir sobre un papel absorbente. Este aceite lo colamos y limpiamos la
sartén para que no queden migas de pan frito. Vertemos en ella siete cucharadas
soperas del aceite que hemos colado junto a una cucharadita de granos de
matalahúva y el medio kilo de harina, la cual freímos, sin que llegue a
tostarse, para que pierda el sabor a cruda. A continuación echamos un litro de
agua caliente poco a poco para que la vaya absorbiendo la masa de harina
mientras la vamos moviendo con la rasera, procurando que no se hagan grumos.
Sabremos que ya están listas cuando forman un cuerpo pastoso y uniforme.
Entonces agregamos los tostones, la miel
o la leche caliente azucarada.
(@suarezgallego)
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