martes, 25 de septiembre de 2012

Nos quedan los cuentos





A los hombres nos alumbran con cuentos, nos acunan con cuentos, nos amamantan con cuentos, y entre cuatro cirios de cuentos nos envían a una eternidad de ficción. Pese a todo, siempre he admirado a quienes los han escrito, porque en cada uno de ellos nos han dejado un  mensaje oculto: “La Historia no es más que la mentira encuadernada.”  
Los de mi generación, esos a los que ya nos va pesando la ceniza del tiempo en el bigote, de jóvenes creíamos a pies juntillas en la armonía y en la transparencia de las ideas y las cosas, y nos ha costado lo nuestro asumir que existe el mal. A sangre y fuego de desencanto hemos aprendido que existe la maldad gratuita; afición favorita de aquellos que le ponen zancadillas a la Historia –y a todo hijo de vecino-- sin beneficiarse en nada de ello. Ya nos lo decía Voltaire, con el fino sentido del humor dieciochesco con el que adornaba su pensamiento ilustrado: “Una de las mayores desgracias de las gentes honradas es que son cobardes”. Y este mundo actual, en el que las ideas también se han globalizado, parece estar hecho sólo y exclusivamente para chacales valientes
Escribir es, ante todo, un gusanillo como el que mataban, cada amanecer, con aguardiente "matarratas" los mineros de otros tiempos, sin ser conscientes que tarde o temprano ese gusanillo inofensivo acaba convirtiéndose en un dragón al que vencer, o, en el peor de los casos, en un espejismo por el que dejarse seducir. Es cuestión de cómo se administren las cobardías.
Nunca sabemos cuánto tiene uno, en cada momento, de san Jorge matadragones o de arañilla de quicio chinchorrera. Simplemente se escribe lo que se vive, y hasta lo que se sueña, ejerciendo más de “corresponsal de barra tabernaria” que de “corresponsal de guerra injusta”. Será por ello por lo que uno ya tiene asumido de sobra que nunca será un Pérez Reverte, por muchos “alatristes” que se conozcan con los que compartir el pan, el vino y el desencanto de cada día,
Lo decía también Voltaire: “Entre lobos, conviene aullar de vez en cuando”, tal vez porque la razón última de que la Historia nos haya perpetuado un modelo de persona honrada y necesariamente cobarde, estribe en el empeño que los inspiradores de todas las globalizaciones posibles han puesto para que nos creamos que sólo nos hacemos merecedores de la diaria ración de progreso y bienestar exclusivamente desde el silencio de los corderos. El “come y calla” con el que pretendieron vanamente amamantarnos a toda una generación, que pese a las cenizas del tiempo en el bigote, seguimos creyendo en la armonía y la transparencia como el mejor antídoto contra todos los que desde la maldad gratuita le siguen poniendo zancadillas a la Historia; y sobre todo a nosotros, pobres corderos aullantes, matadragones de cartón piedra y bonoloto semanal.
Pese a todo, uno añora los cuentos de la infancia en los que los malvados  nunca salían victoriosos y las gentes honradas, al final, eran felices y comían perdices.
Lo sé de buena tinta. El soldadito de plomo, que imaginara Hans Christian Andersen fundido de una cuchara vieja, en realidad perdió su pierna como un héroe en la Batalla de Bailén.
(Publicado en Bailén Informativo)

(Twitter: @suarezgallego)

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