Memorias de Tabertulia
Uno, que no sabe de toros
pero frecuenta los santuarios taurinos como si estuviera en una perpetua
peregrinación para ganar el jubileo de lo cotidiano, tiene en ellos la
oportunidad de ejercer de corresponsal de guerra durante los debates que se traen los
taurinos y los anti taurinos, para terminar siempre haciendo crónica, como corresponsal de barra, de
las orejas que le cortamos a la vida junto a un vaso de vino y al amparo de una tertulia.
El pueblo del que soy
cronista oficial, Guarromán, fue colonizado por alemanes allá en tiempos del rey Carlos III, hace ya casi dos
siglos y medio. Cuentan una historia, que sospecho falsa, pero que no me
resisto a contarla: En los años cincuenta se encuentran el mayor filósofo
alemán, Martín Heidegger, y el mayor filósofo español, José Ortega y Gasset.
Pregunta el primero, con un punto de xenofobia: “¿Por qué hay tan pocos filósofos
españoles?”. Responde el segundo, con un punto de ironía: “¿Y por qué hay tan pocos toreros
alemanes?”.
Y a uno se le hiela la
sangre de alimentar veletas cada vez que oye hablar de rescates y de vivir por
encima de nuestras posibilidades. Los españoles ante estas cosas somos lo que decía Gabriel Celaya en unos versos:
Soy ibero
y si embiste la muerte,
yo
la toreo.
Lunes Santo. Media tarde. En
Guarromán ha llovido y el sol se debate entre rizos de nubes y olivos. Estamos en el bar. Llega el maestro
José Tomás. Le estrecho la mano.
--Maestro, tiene usted las manos frías –le digo--. Sonríe.
--Y usted, maestro, el bigote blanco. –Me dice—
--¡Cosa de los años! En él se me ha ido quedando el miedo hecho espuma. --Le respondo--
Compruebo que es cierto: El maestro José Tomás no huele a ciprés. Aunque su presencia es un poema con versos de escalofríos.
(@suarezgallego)
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