martes, 4 de septiembre de 2012

El nacionalismo de Murphy y los puros del poder.






Los nacionalismos, como el tabaco, sólo les gustan a los que se lo fuman. Son como el humo ajeno, que acaba cegando  a quien lo exhala y asfixiando a quien no tiene más remedio que respirarlo. Con la ley antitabaco se mandaron a los fumadores a tragarse sus humos a la calle, pero, por desgracia, no hay una calle posible donde mandar a los nacionalistas a que se fumen su nacionalismo, y así andamos todos a punto de ahogarnos con la tos constitucional.

Siempre se ha dicho que el hombre como el pez muere por la boca, pero no sólo por lo que come y por lo que bebe, sino también por lo que habla. Y esto es válido, sobre todo, para los que se ganan la vida hablando, es decir, para los parlamentarios, que en el castellano más puro y lógico, según las etimologías de mi amigo el Caliche, doctor en ciencias tabernarias, habría que llamarlos simplemente los “hablamentarios”. La política, como afirman los “politólogos” que saben de esto, es el arte de lo posible, y ya decía también un eminente torero metido a filósofo que “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”. De ahí que la política, a veces, sea también el “desastre de lo imposible” gracias a algunos de su políticos.

La lección primera que debe aprender todo político es que sólo a los enamorados y a los poetas, que creen en lo imposible, les está permitido decir lo que piensan. Y a la vista está, tarde o temprano a los enamorados se los acaba tragando el desamor y la desidia de lo cotidiano, y a los poetas... ¡ay, a los poetas no los toma en serio nadie! Sin embargo fue un poeta, precisamente, quien dijo que unas veces por prudencia y otras por cautela nos paren con cuentos, nos mecen con cuentos, y a la luz de cuatro cuentos, y con los pies por delante, acaban haciéndonos ciudadanos de la Eternidad.

           Estamos sujetos a la inexorable ley de Murphy: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Ley que desde el fatalismo que heredamos de la cultura árabe y el victimismo resignado del que hacemos gala las gentes del sur, tiene su extensión metafísica en “...y además es muy probable que salga mal”. Dicen que el tal Murphy fue más expeditivo al formular la segunda parte de su famosa ley: “Es inútil hacer cualquier cosa a prueba de ineptos, porque los ineptos suelen ser muy ingeniosos".

A veces, la cautela, la prudencia y el ánimo de los políticos en su afán de no crear alarma social, acaba convirtiendo en un circo los temas de estado más peliagudos y preocupantes para la ciudadanía. ¡Por favor, que se permita fumar en el Parlamento, y que se relajen los diputados antes de hacernos la puñeta! ¡Que lo recorten todo menos los puros del presidente Rajoy, o nos quemará con ellos “por nuestro bien y como Dios manda”!

La creación de un “banco malo” hace intuir como candidatos para presidirlo a Mario Conde o a José María Ruiz Mateos. Ambos cuando hacen con los dedos una “uve” no efectúan la señal de la victoria, sino que nos están pidiendo un puro con el que exhibirse antes de quemarnos. ¡Estos ultraliberales son así de raritos! Prometen crearnos puestos de trabajo desde el paternalismo empresarial, para luego quemarnos como a hijastros de la crisis capitalista. ¡Y luego hablan de los pirómanos de bosques!


(Twitter: @suarezgallego)

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