Brindis, de Fernando Botero.
A la cocina desde sus raíces populares, y a la gastronomía desde sus aspiraciones intelectuales, se les ha tenido siempre como las cenicientas del acervo cultural, tal vez por la resistencia que ha mostrado siempre lo que podríamos denominar como la oficialidad culta a reconocerle una mínima pátina de Cultura (con mayúscula) a todo lo que huela a lúdico y popular.
Los motivos habría que buscarlos en la herencia judeocristiana que nos presenta la vida como el valle de lágrimas al que hemos venido a sufrir, donde todo lo susceptible de producir placer, como dice la canción, o es pecado, o está prohibido, o engorda. Es la sempiterna confrontación dialéctica del hedonismo “pecaminoso” versus la penitencia “jorobante”, que sirvió de coartada durante tanto tiempo a quienes en aquellos años en los que éramos aguerridos reclutas de la “reserva espiritual de Europa” se nos justificaba la falta de agua caliente en los cuarteles y en los internados diciéndonos que ducharse con agua fría era cosa de hombres.
La gastronomía tradicional, en estos días en los que la oferta turística es cada vez más amplia y competitiva, y la motivación de los viajeros para elegir un destino puede deberse a atractivos singulares y propios de la cultura de cada territorio, reclama su papel como patrimonio cultural en el que los sabores acuñados en los fogones anónimos de nuestra historia compiten en legitimidad cultural con los paisajes renacentistas perfilados por Vandelvira, por poner un ejemplo.
El “gastronómada” sabe que los sabores como los paisajes no viajan, de ahí que vaya impertérrito en su búsqueda, dibujando en cada uno de sus pasos la geometría que define eso que se ha dado en llamar el turismo de interior, en las antípodas de la tumbona y el chiringuito playero.
Sólo nos queda que nuestros hosteleros conciban la oferta de la gastronomía tradicional con los mismos planteamientos de rigor y de autenticidad con los que se viene ofreciendo el patrimonio monumental. Será entonces cuando podamos descubrir en todos sus matices la emoción que produce desgranar los sabores que encierra cada paisaje. A fin de cuentas la gastronomía tradicional no es otra cosa que la Historia (con mayúscula) que puede paladearse.
(Twitter: @suarezgallego)
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