viernes, 10 de agosto de 2012

La oveja que aprendió a aullar


(Ilustración de Fabíán Suárez)



Cada día que me levanto con la resaca vital de haber vivido el día anterior, lo hago sintiéndome menos “ciudadano” y más “consumidor”, sabiendo que lo que esperan de mi para no defraudar las expectativas ni los objetivos de mi trabajo es que sea más rentable y menos libre, ante lo cual no tengo otra defensa moral que reivindicar íntimamente mi derecho a la pereza, como hizo Pablo Lafargue, el yerno de Marx, en una crítica feroz a una sociedad capitalista y kafkiana que para perpetuarse necesita el motor del “eso es lo que hay” impuesto a los consumidores, en contraposición al “precisamente no es eso lo que queremos” que reclamamos como ciudadanos. En base a eso, cada vez más se le exige a quien aspira a un puesto de trabajo tener una mayor formación para cobrar menos y trabajar más en una sociedad deshumanizada, en la que los momentos de holganza se dedican, sobre todo, a recalcular la deuda pendiente de la hipoteca ante la próxima subida del euribor.


Hace unos días, hablando de estos temas con mi contertulio El Caliche, éste me preguntó si –de ser posible-- estaría dispuesto a volver a nacer de nuevo y vivir la vida con la experiencia de haberlo hecho ya una vez. Le dije que no. Que jamás  renunciaría a mis cumpleaños infantiles celebrados con una tarta casera de galletas María empapadas en almíbar y cubiertas con chocolate y coco, y hecha con mucho cariño por mi abuela Encarna. Nunca me expondría, como un incipiente consumidor infantil actual, al peligro de celebrar algo en el desamor impersonal de un Telepizza o un McDonald.



El caso es que las nieves del tiempo ya han plateado mi sien –como dice el tango—, y mi bigote ha perdido su negrura rebelde, pero cada mañana al despertar tengo la extraña e íntima sensación de sentirme como la oveja que de tanto estar con los lobos ha aprendido a aullar, y es precisamente a internet ---la red que no el redil desde donde se aúlla--- al que más pánico le van teniendo los lobos, sobre todo por si algún día decidimos, como ovejas aullantes, morderles como ellos nos han mordido.









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