miércoles, 22 de agosto de 2012

La increible y sorprendente metamorfosis del domador de moscas



Ilustración de suiSIDIUS

Me dice mi amigo el Caliche, contertulio del verano y demás fiestas de guardar, que quien más o quien menos alberga entre sus ambiciones más intimas el deseo de, látigo en mano, poder doblegar leones  allí donde a uno lo vean. No faltan los que aspiran a más y no se conforman con asustar a cuatro gatos melenudos –por muy leones que parezcan--, sino que sueñan con dominar fieras corrupias, y, llegado el caso, hasta  acogotar en público dragones de mil demonios.  El afán desmedido de notoriedad tiene su intríngulis.

Derribar al que brilla y amedrentar  al poderoso, es el deseo irreprimible del que creyéndose tener el látigo mágico de someter bichos feroces, pero no la pericia de utilizarlo con maestría, ni, por supuesto, el valor de meterse en la jaula con las fieras, ha de conformarse con ser el domador de las moscas que el león espanta con su cola. El hecho es, según parece, tener un motivo para adornarse con los entorchados propios del circo, y así disimular el patetismo de su vanidad desnuda.

El domador de moscas cuando toma conciencia de sus  miedos y sus limitaciones  trata de imitar al que brilla y adular al poderoso. Envidia a las libélulas por los destellos luminosos de sus alas cuando vuelan, y respeta a los leones cuando al rugir muestran los puñales de sus colmillos. Pero no pierde oportunidad de exhibir su nombre y sus proezas con letras bien grandes en los carteles de su particular circo: “Fulanito de Tal, experto domador de moscas”.  La autocomplacencia en sus delirios de grandeza lo llevan a proclamarse a si mismo mariscal de todos los domadores de moscas, para lo cual no renuncia a utilizar en  beneficio propio el buen nombres, las hazañas y las proezas, de auténticos domadores de leones, de reconocido prestigio y sobrada valentía.

Un día descubre que las moscas no admiten más sumisión que su genética adicción a la mierda ajena. Es entonces cuando decide convertirse con urgencia en una mosca cojonera, que acabara siendo abatida indefectiblemente por la cola de un viejo y displicente león.


(Twitter: @suarezgallego)

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