jueves, 2 de julio de 2015

El agujero del capuchón



Hace tiempo percibí que los capuchones de los bolígrafos BIC de toda la vida, llevaban en su parte superior un agujero. Un día, navegando por google, descubrí el motivo: Dado que hay gente aficionada a chupar el capuchón, y pudiendo alguien tragárselo, la casa de los populares bolígrafos pensó que aquel debería tener un orificio que permitiera respirar a quien por accidente lo engullera.
La casa de los bolígrafos podría haber optado por incluir un letrero precautorio que dijera: “¡Peligro de asfixia! ¡No chupar el capuchón!” Pero optó por lo más sensato, no privar a nadie del placer relajante de morder los capuchones en los exámenes, o cuando uno no sabe qué escribir frente al blanco absorto de una cuartilla muerta, que diría el poeta.
La inmediatez con la que hoy se puede dar una opinión a través de las redes sociales, y su capacidad de urgente difusión y transcendencia, nos hace pensar que habría que ir ideando un dispositivo para internet que permitiera que cada cual pudiera chupar y masticar libremente “el capuchón de sus comentarios y opiniones”, pero que llegado el caso de tragárselos no se asfixiara, ni nos atragantara a los demás
Se ha dicho que el ser humano usa la imaginación para consolarse de lo que no es, y utiliza el sentido del humor para consolarse de lo que es. Imaginación y sentido del humor que cuando se unen nos definen sus tres niveles básicos: agudeza mental con chispa, gracieta chistosa, o pitorreo tabernario.
Para que el humor sea inteligente y saludable debe ser, ante todo, respetuoso, y tiene que permitirnos ver la realidad con un cierto grado de ironía crítica. El nivel de dignidad, propia y ajena, debe estar siempre, como decía el maestro Chillida, por encima del miedo, pero también por encima del sentido del humor.
De momento, para cuando se traspase el nivel de dignidad en los calentones de los 140 caracteres de twitter, ya contamos con el agujero del capuchón de ese otro sentido de la inteligencia que siempre ha sido el sentido común, que de tantos ahogos verbales suele librarnos.
@suarezgallego
Publicado en Diario JAÉN el martes 23 de junio de 2015
el_agujero_

viernes, 7 de marzo de 2014

Elogio de la fregona en el Día de la Mujer, 8M



He oído decir a muchas venerables abuelas, sobre todo de pueblo, que la liberación femenina comenzó el mismo día que se inventó la fregona, a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo XX.
Fue entonces cuando la mujer de su casa –de profesión sus labores, como se hacía  constar en el carnet de  identidad-- dejó de fregar el suelo hincando las rodillas, para hacerlo de pie;  manteniendo erguido no sólo el cuerpo, sino el talle de su dignidad, porque desde siempre eso de arrodillarse ha tenido connotaciones, más o menos piadosas, de humillación, vasallaje y sumisión.
La fregona, con su palo a modo de vara de mando,  su mocho y su cubo con su cestillo escurridor --invento de un español, por cierto--, vino en aquellos años a poner en marcha una revolución doméstica en el mundo de la mujer, a la que la tradición y las buenas costumbres la habían tenido tirada por los suelos, trapo en mano y cubo en ristre, para tener la casa como los chorros del oro, y no ser objeto de críticas maliciosas por parte de sus propias vecindonas, mujeres también que tampoco se libraban de andar tiradas por los suelos, ni de ser reprendidas por  maridos malcriados en el más denigrante machismo de  la época. La mujer, tirada en el suelo, rodillas en tierra, en un principio, y agarrada al palo del mocho de la fregona después, no sólo le sacó brillo al suelo de su casa, sino que acabó viendo como se reflejaba en él la geometría irrenunciable de su dignidad.
Ciertamente hay inventos, como éste, que no han servido para que el hombre llegue a la Luna, pero sí para poner en órbita el respeto incuestionable hacia la condición de mujer, sea cual fuere la época. Aunque  la fregona, como todos los acontecimientos históricos, sigue teniendo sus revoluciones pendientes. En este caso, la mujer, pese a fregar erguida, lo sigue haciendo con agua sucia. 
La realidad es que, paradójicamente, muchas mujeres, durante el más de medio siglo de existencia de la fregona, han sido agredidas con el mismo palo que sustenta el paradigma de su dignificación.

Evidentemente, sólo con tecnología no se hace una revolución. Hay que seguir en la brecha luchando y no bajar la guardia.

¡FELIZ DÍA DE LA MUJER! 

(AUNQUE AÚN HAY MUJERES QUE SUFREN MALTRATO. LLAMA ENTONCES AL 016, NO DEJA HUELLA EN LA FACTURA TELEFÓNICA Y ES GRATUITO)

(@suarezgallego)

lunes, 3 de marzo de 2014

La sangría



Mira paisano, no pretendo escribir hoy aquí de gastronomía,  aunque te parezca mentira,  y por mucho que la Comunidad Económica Europea haya legislado sobre la forma “oficial” de preparar la sangría sin darle gato por liebre a los turistas.

 La sangría a la que me refiero es otra, de un vino más amargo y con un hielo del que te hiela el corazón de  la forma más machadiana. Es la que se está haciendo con nuestra juventud, la generación mejor preparada de todas cuantas ha tenido España, y la peor compensada y menos retribuida, que tiene que hacer la maleta e irse lejos de esta España a la que cantamos en el cancionero popular como madre, y ahora padecemos como madrastra.

Uno creía que la canción estandarte del  Emigrante que cantara con tanto sentimiento Juanito Valderrama, había perdido su vigencia como copla paradigma del que tiene que abandonar su tierra y su familia, creía que en un mundo globalizado su mensaje había quedado obsoleto en pleno  siglo XXI. No es así paisano. Nuestros jóvenes emigrantes ya no pretenden  “hacer un rosario con tus dientes de marfil” antes de irse, pero si te aseguro, paisano, que he visto a algunos muy allegados “volver su cara llorando” antes de entrar en el túnel de embarque de un aeropuerto, como dice la mítica copla del insigne torrecampeño.

Es cierto, paisano, que siempre partir es perder buscando ganar. ¡Pero cuanto duele verlos irse! Yo creía que esta crisis era económica y social, exclusivamente, pero veo cada día más que estamos inmersos en una crisis de dignidad. Contrasta ver a los que vuelven la cara llorando, tapándosela dignamente con la boleta de embarque, con los que descaradamente aparecen en los medios de comunicación con la sonrisa de oreja a oreja diciéndonos que “esto está ya superado, pero que  no entendemos de macroeconomía”.

Yo creía que al circo se iba a reírnos de  los payasos, y por eso les pagábamos. En este otro circo de  la crisis de dignidad, son los “payasos” los que se ríen de nosotros, y encima los tenemos que mantener y soportar. A mí, paisano, los políticos que como los payasos dejan de hacerme gracia, lo que acaban dándome es miedo, mucho miedo.

(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN el martes 4 de marzo de 2014.


sábado, 22 de febrero de 2014

Cuando el viento es caricia




Mira, paisano, a estas alturas de la película ya nos hemos dado cuenta que la Europa que nos vendieron los europeístas convencidos no es otra cosa que un cajón repleto de intereses más que de ideas, por mucho Himno a la Alegría beethoveniano que se le ponga al videoclip de promoción.

Hasta no hace mucho se ha tenido por cierto que es el ánimo humano quien crea la riqueza, llegándose a pensar ingenuamente que es preferible un hombre sin dinero, que el dinero sin hombres. Ahora, con las martingalas con las que nos embaucan el neoliberalismo y la revolución tecnológica de la informática, estamos comprobando en nuestra carne social que no sólo hay hombres y mujeres sin dinero –cosa harto lamentable-, sino que el dinero ya es capaz de generarse sin la laboriosidad de mujeres y hombres, es decir, la exaltación de la especulación pura, que en boca de mi tabernero de cabecera no es otra cosa que: “El dinero no da la felicidad... ¡es la felicidad¡

Hasta que en el siglo XVIII a nuestros pensadores de la Ilustración se les encendió la bombilla y se percataron de que es sólo la laboriosidad de sus gentes lo que engendra la prosperidad de los pueblos, se pensaba y defendía  a macha martillo que las naciones se hacían más grandes con sólo ampliar sus fronteras y defender las peculiaridades de su identidad colectiva. Apreciaron en su disquisición economicista cómo era posible que  poseyendo España tantos territorios –incluidos los de ultramar-- y tantas fronteras, disponiendo de un idioma universal, y sobre todo estando protegida por el único Dios verdadero, ¡ahí es nada¡, cómo era posible entonces que la inmensa mayoría de las gentes que la habitaban vivieran en la miseria. Famosa es la frase de Carlos III, rey que ya lo fue de Nápoles durante veinticuatro años antes de serlo de España, en la que resumió la idiosincrasia celtibérica: “los españoles son los únicos que cuando se les quita la mierda lloran”.

La cultura de la subvención nos ha hecho más “señoritos” europeos que “españolitos” laboriosos. Lo decía Einstein: “Sin crisis todo viento es caricia”. Ahora, paisano, no nos queda otra que superar este vendaval de bofetadas.


(@suarezgallego

El canto de los pájaros.



Mira, paisano, he elegido este título para mi primer artículo del año porque en el día que escribo estas líneas, al ver amanecer he comprobado que aún siendo muy parecidos los arreboles del amanecer y del atardecer, no así lo son el canto de los pájaros en la salida del sol o en su ocaso.

A veces el ajetreo de lo cotidiano nos mantiene ausentes de toda la tramoya de la vida. Fue ayer precisamente, mientras hacia mi caminata por el campo, cuando pude percibir que tras el ocaso se hizo un silencio de los pájaros que en mucho rememoraba la cita del Apocalipsis de San Juan que da nombre a la extraordinaria película del sueco Ingmar Bergman “El séptimo sello” (1957): Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo como de media hora. (Ap 8:1)

Confieso que mis conocimientos sobre el canto de los pájaros no van más allá de haberlos oído en sus jaulas en los balcones de mis vecinos, o en el campo cuando salgo a pasear, pero sí se que el único pájaro que canta pasada esa “media hora apocalíptica” es el ruiseñor, que lo hace hasta por la noche desafiando con su valor la astucia de las rapaces nocturnas.

En el estreno de este 2014, paisano, se percibe en el ambiente un sentimiento de ocaso. Una sensación de que algo se está acabando, por mucho que nos quieran poner en los arreboles de este atardecer unos cantos enlatados de unos jilgueros de mentira que hagan de este crepúsculo de derechos y de libertades un trampantojo de la España democrática surgida de la Transición. Se nos conforma diciéndonos que ya se ve una luz al final del túnel. Muy probablemente sea la de un rotulo luminoso que dice “Precaución. Continúa usted en el túnel”.  

La marca España en este crepúsculo social está llena, sobre todo, de “pájaros de cuenta” con contabilidades poco claras; de pavos reales con vocación de gallos de Morón, y de cuervos carroñeros pululando por el mundo laboral.

A  la caída de la tarde pude apreciar que los pájaros no cantaban, estaban posados en silencio sobre los cables de alta tensión de las compañías eléctricas, y entre las púas de las alambradas de espino. Paisano, convéncete, no hay una canción para enterrar los ocasos.


(@suarezgallego)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Gastrósofos y gastrogílis

Omar Ortiz: “Espiral Cítrica”, óleo sobre lino, 160 x 120 cm



(Publicado en Diario JAEN el martes 10 de septiembre de 2013)


            Mira, paisano, decía de sí mismo el maestro Federico Fellini (1920-1993) que  era un artesano que no tenía nada qué decir, pero sabía cómo decirlo. Definía don Federico su filosofía existencial de esta forma: No existe un final. No hay un principio. Sólo la infinita pasión de la vida. Se desprende de esto, paisano, que vivir es lo más sorprendente y genial que le puede ocurrir a cualquier bicho viviente, siempre que como artesano de la vida se le ponga pasión a lo que se hace, aunque no se tenga algo que decir.

            La pasión vital se suele poner de manifiesto de manera más evidente en los tiempos difíciles, en los que el único realista de verdad siempre ha sido el visionario.

Cuentan que Ferrán Adriá, un visionario de la cocina, estando un día en su restaurante El Bulli, y teniendo que dirigir la cena de su equipo, echó en falta las patatas para hacer una tortilla, recurriendo para ello a una bolsa de patatas fritas –las de Casa Paco, o las Oya de toda la vida, paisano—, las desmenuzó con la mano, las mezcló con el huevo batido, y culminó una inimaginable tortilla que inauguraba sin pretenderlo la era de la “cocina de la deconstrucción”. Adriá y su paradigma culinario dio pie para que el planeta de las cosas del comer se llenara en tiempos de opulencia de dos especímenes bien definidos: Por un lado los gastrósofos, más proclives a valorar con quien comían, que propiamente lo que comían. Y por otro lado los gastrogilis, más por la labor de amargarle la vida a sus compañeros de mesa hablándoles de lo que comían sin saber lo que comían.
  
Es significativo que ahora haya más niños que quieran ser cocineros, que niños que quieran ser frailes, tal vez porque lo de ser cocinero antes que fraile siga siendo el paradigma de  una buena formación para sobrevivir.

Desgraciadamente, paisano, en tiempos como estos el hambre comienza a ser parte de la infinita pasión de la vida. Estamos en manos de cuatro gastrogilis empecinados en una “deconstrucción” social y moral para que los cocineros y los obesos sean un suculento espectáculo mediático. Es la nueva teología de la nutrición encumbrando a sus herejes.


(@suarezgallego)

jueves, 15 de agosto de 2013

Sabores y libertades




Mira, paisano, por estas tierras de las piedras lunares el alma se agazapa en el corazón, la razón se exilia en la cabeza, y la libertad se hace huésped de la bragueta. Habitante  de allí donde se juntan las piernas.

De los denominados “compañones”  por las gentes de nuestro Siglo de Oro, nos aflora, la mayoría de las veces, el alma y la razón con la que justificamos los fundamentos de nuestra parcela de libertad. Hacer las cosas porque nos salen de los "cohones" - con hache aspirada- suele ser el argumento último que avala el habernos pasado un semáforo en rojo, el haberle propinado un injusto pescozón al niño cuando pierde nuestro equipo de fútbol, o negarnos a pagar los recibos de la comunidad de vecinos. De los también llamados "cataplines" nos brota, como de inagotable fuente, una altivez incansable e insensata, irreprimible e ignorante, en la que se ahogan nuestras más íntimas limitaciones.

En el fondo, ya lo decía Gracián, necios son todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo aparentan, de ahí que a estos últimos los delate el uso que hacen de la libertad. Si son fuertes, emergerá su exageración.  Si son débiles, aflorará su indolencia. Pero siempre encontrarán tras la bragueta el destino de su fatal destierro existencial. La tiranía de chichinabo de los que sólo ven en la cojonera el lugar idóneo donde guardar la razón última de la libertad, más que oprimirla acaba por deshonrarla.

Tal vez, si el alma reside en el corazón y la razón en la cabeza, la tolerancia, o libertad que no emerge de la zona testicular, resida en el paladar. Efectivamente, sobre gustos no hay nada escrito, y hora es ya que algo se vaya escribiendo, sobre todo para no confundir el culo, antípoda de la bragueta, con las témporas, en las que han naufragado siempre los ayunos de nuestros antecesores. La mejor forma de que no se nos atragante la libertad es paladearla, apreciando todos los matices de la diversidad opinable.

Ningún saber es nuestro, paisano, aunque nos pertenezcan todas sus esencias. Es por ello por lo que entre lo dulce y lo amargo no exista más distancia que la que media entre la felicidad y el sufrimiento, o entre la tiranía y la libertad.


(@suarezgallego)


Publicado en Diario JAEN el martes 13 de agosto de 2013

martes, 28 de mayo de 2013

El árbol de Olavidia



El autor, en julio de 2007, junto al árbol y la piedra que recuerdan a Carlos III en el Parque de la Fuentecilla en Guarromán desde 1988, año que se celebró el III Congreso de Historia de las Nuevas Poblaciones.


Mira, paisano, se conmemoran los veinticinco años de la encina que se plantó en Guarromán con tierra traída de todos los municipios de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, con motivo del Bicentenario de la Muerte de Carlos III, y que figura desde entonces en el escudo de Olavidia. ¡Qué tiempos aquellos cuando nos subíamos a las cometas de la Utopía y le colgábamos en su cola las banderas que ahora nos arrían! Ya hemos aprendido de sobra, paisano, a sacarle lustre cada mañana a los zapatos de ganarnos el pan, y a calzarnos por las tardes los pies desnudos de sentarnos a la orilla del río de los sucesos. Los doctorados en Ciencias Inútiles para lo único que sirven, paisano, es para poder clamar de vez en cuando en el desierto de papel de estas veintitantas líneas, que como casi treinta dunas, le ponen la arena al albero de estos artículos.

Olavidia es todo aquello que en el siglo XVIII Pablo de Olavide soñó en los ojos de cada uno de los colo­nos que trajo a las estibaciones yermas de Sierra Morena desde los fríos y las hambrunas de las posguerras de Centroeuropa. Olavidia es,  sobre todo, paisano, la utopía que guardan los proyectos que se  redactan para construir sociedades mejores en las que  no sean los gobernantes los que les piden al pueblo que dimita de sus funciones reivindicativas en pos de patrias más grandes, aunque menos libres y nada unidas.

Qué fácil es pasar, paisano, del concepto de comunidad histórica al de “comunidad histérica” cuando los gobernantes de turno olvidan el síndrome de Esquilache –esto es, paisano, salir por pies perseguido por el pueblo que se niega a perder lo que es suyo—  y hacen oídos  sordos a lo que el pueblo les canta en sus cancioncillas de gramática parda:

Algún día mucho fui,
ya cosa ninguna soy,
pues se cagará en mi hoy,
quien temblara ayer de  mí.

Escribo estas líneas precisamente a la sombra de aquel emotivo árbol desde la comodidad de hacerlo en una moderna tablet, feliz y contento porque,  pese a todo, aún no se le haya ocurrido a algún iluminado salvapátrias cortárnoslo.
  

(@suarezgallego)


Publicado en Diario JAEN el  martes 28 de mayo de 2013





domingo, 19 de mayo de 2013

Romance de ciego que se cantaba en la Romería de San Isidro en Guarromán




Trascripción musical de la melodía del romance de San Isidro que se cantaba en la romería de Guarromán.





En los años cuarenta del siglo XX un grupo de niños, hoy ya abuelos, aprendieron un romance de ciego en el que se cuentan varios milagros tradicionales de San Isidro, que se cantaba mientras se «hacía el camino» de la pradera, y que gracias a Juana Dorado, que en su tiempo nos lo cantó para su posterior trascripción, y a Santi Villar Caballero, cuya música nos transcribió gentilmente a un pentagrama, hoy podemos ofrecer. 


Romance de ciego de San Isidro, recuperado por Juana Dorado que lo cantaba en los comienzos de los años noventa del siglo xx

San Isidro el labrador iba
pa su quintería
y cuando iba a labrar
era más de mediodía.

Los labradores de alrededor
al amo van a imponer
a decir que su criado
no cumple con su deber.

Si mi criado no labra
nada tiene usted que ver
a vos no le pido nada
para pagarle yo a él.

ellos se salen pa fuera
con cara de avergonzados,
y el amo que no era tonto
quiso enterarse del caso.

Buenos días tenga Isidro
dime quien te está ayudando.
Tan sólo un Dios verdadero
que me da salud y amparo.

En esos mismos momentos
Isidro salió arando
y vieron salir tres surcos
no habiendo más que un arado,
con dos ángeles detrás
todo vestidos de blanco.

A otro día de mañana
a Isidro mandó labrar
a tierras que no había agua
ni tampoco agua habrá.

Buenos días tenga Isidro.
Y venga con Dios mi amo,
como verá la faena
esto queda bien labrado.

Isidro no hay por aquí
ningún arroyo ni fuente
para calmar esta sed
que la traigo muy ardiente.

Y venga con Dios mi amo
no le extrañe que le diga
que en lo alto de la roca
brota el agua cristalina.

Isidro ha cogío la vara,
la vara de gavilanes,
y dando un golpe muy fuerte
el agua sale a raudales.

El amo ha cogío un caballo
y a su casa va llorando
diciéndole a su señora
que su criado era santo.

A otro día de mañana
las campanas repicaron
y van a sacar a Isidro
por mandato de su amo.
Por eso se hace la fiesta
el día quince de mayo.



(@suarezgallego)

martes, 30 de abril de 2013

Los rencores del estómago




Mira, paisano, decía Montesquieu,  el mismo que aportó al Liberalismo el principio de separación de los tres poderes del Estado, que la medicina cambia con la cocina. Esto, dicho para que nos entendamos, es  que la salud se negocia en la oficina del estómago, ese órgano tan rencoroso que cuando se le atiborra de  hambre es capaz de vomitar guerras civiles.  

La crisis --no hay mal que por bien no venga, paisano— está sirviendo para que se abran las alacenas de los partidos políticos, de los sindicatos, y de algunas instituciones   del Estado, y se perciba el hedor de  las corruptelas de algunos que están siendo la causa del hambre y de la desesperación de muchos. Cuando quienes deben buscarles soluciones a la crisis no saben, o no les interesa, aplicar otra medicina que la de “cortar por lo sano”, la cocina popular los estigmatiza sin piedad con sus eufemismos.

De este modo hemos oído que a la política del tongo se le llama pucherazo. Si  éste ha sido a iniciativa personal de un sólo individuo se pone como excusa que se le ha ido la olla; y si en el  ajo hay más gente, se hablará entonces de olla podrida, que debe su nombre, dicho sea de paso, a la olla poderida, monumento del pensamiento culinario gótico español,  llamada así porque sólo la tomaban los que tenían poderío para costearla, por las muchas y costosas viandas que la componían. Para investigar en los pucheros no hay más remedio que meter la cuchara, sin que otros pongan el cazo y sin que algunos metan la gamba, pues ya es sabido que en todos sitios cuecen habas, siendo mejor que éstas hiervan con agua transparente que con mala leche. No nos extrañe por tanto que al lugar donde se conspira corruptamente se le llame cenáculo. Tiempo ha que se sabe en la práctica politiquera lo que ya escribiera Cervantes al respecto: La mejor salsa del mundo es el hambre, y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto.

Conviene no olvidar,  repito a modo de aviso a navegantes, que el estómago es el órgano más rencoroso del cuerpo humano, y que el hambre es el primer motivo de rencor.

Pero también solía decir Montesquieu que para prosperar en el mundo había que tener aire de tonto sin serlo, tal vez porque el  pueblo acaba defendiendo más la gramática parda de sus costumbres que la prosapia de sus leyes. Después de Dios, la olla, y lo demás bambolla, decían en el Siglo de Oro, que fue también el siglo del hambre. Lo que pasa es que como siempre, paisano, el oro lo trajinan unos cuantos, precisamente los mismos que reparten el hambre tan generosamente.

Al pueblo lo único que le están dejando últimamente es que administre el rencor de su estómago, y hasta para eso ya se le están poniendo pegas y malas caras.  

(@suarezgallego)

Publicado en Diario JAEN el martes 30 de abril de 2013

viernes, 26 de abril de 2013

...que ciento volando




Lo peor de ir cumpliendo años es que cada vez se hace más persistente en tí la idea de haber cruzado ya,  y al sprint, las metas volantes más decisivas del tour de tu vida.  
          
Llega un día en el que, sin saber por qué, uno toma conciencia de que lo que hasta ahora ha sido escalar el puerto que te lleva a las primeras canas, casi sin sentir y sin la necesidad de culear sobre los pedales, una vez culminado, se vuelve cuesta abajo y ruedas a la velocidad precisa en la que el miedo a sentir miedo te hace dar unos leves toques  a los frenos con el disimulo y el sigilo del que nunca ha roto un plato. 
           
La caída por esa cuesta es imparable. El sabor de la llamada del tiempo ya es ineludible. Cuando lo has probado es inevitable que cada mañana te levantes con un regusto último a aceitunas amargas. Los sabores se aprecian o se desprecian, pero no se llegan a comprender jamás. Es el destino, te dicen, pero piensas que sería una putada --no tiene otro nombre-- caerte de la bicicleta vital en este preciso momento cuando ya te has enterado de hacia dónde corres.

El vivir de cada día nos suscita a cada paso la eterna duda entre optar por la seguridad de un futuro resuelto, o elegir el riesgo y la incertidumbre de no saber si mañana amaneceremos pez, sonrisa o patada en la entrepierna. Woody Allen, en su ya legendaria encíclica en blanco y negro Manhattan, se planteaba el "además" que le pedía a la vida el hombre que había conseguido asegurarse el plato de lentejas diarias. La sociedad competitiva, y ahora en crisis, en la que nos derramamos cada mañana al levantamos, nos adiestra cumplidamente en el positivismo del "vale más pájaro en mano que ciento volando", y una vez enjaulado el pájaro de nuestra seguridad, el "además" que le pedimos a la vida es que no se nos niegue la capacidad de soñar con los cien pájaros que siguen volando.

Una de las maldiciones más perversas que he oído es: “Permita Dios que veas tus sueños realizados”, y no tengas más remedio que apechugar con ellos y sus consecuencias.

(@suarezgallego)

jueves, 25 de abril de 2013

Lo viejo, lo antiguo, lo rancio y los garbanzos negros




Mira que nos gusta, paisano, oponernos por sistema a todo lo nuevo, por bueno y conveniente que sea, o nos parezca. El ilustrado Pedro Campomanes, factotum de Carlos III, en su famoso “Discurso sobre la educación de los artesanos” (1775), que dio lugar, entre otras cosas, a la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, se refería al caso de fray Juan de Medina, que dos siglos antes, en el XVI, ya pedía que no se le acusara del “delito de novedad”.
Claro está, en un lugar donde lo “nuevo” llega a ser considerado delito, se le acaba tributando veneración legalista no a lo viejo –tantas veces venerable--, ni tampoco a lo antiguo –tantas veces admirado--, sino a lo “rancio” y a su hedor inmovilista.
Siempre he pensado, --y perdóname, paisano, esta incursión gastronómica, pero bien sabes que la cabra invariablemente acaba tirando al monte --, que lo que le da el justo sabor vitalista al popular cocido es precisamente el tocino fresco que luego se pringa en el pan, y no el ambiente de familia en el que siempre se han comido sus tres vuelcos.
Antológica es la anécdota que me contaba mi recordado amigo Diego Rojano sobre el filósofo y ensayista catalán Eugenio D’Orts, cuando al bajar del tren en Zaragoza lo esperaba a pie de vagón un amigo castizo hasta las trancas que le dijo a modo de recibimiento: ”Vendrá a mi casa... Y comerá un cocido en familia”. D'Orts, desde la retranca que gastan como nadie los hijos del Mediterráneo, murmuró por lo “bajini”: “Precisamente las dos cosas que más me molestan: la familia y el cocido”. Debió pensar el ilustre filósofo catalán que tanto en el cocido, como en la familia, son donde más florecen los garbanzos negros.
Konrad Adenauer, el padre de la nueva Alemania que surgió después de la locura hitleriana, decía no sin cinismo que “no hace falta defender siempre la misma opinión porque nadie puede impedir volverse más sabio”.
Quien es capaz de aceptar como algo natural la mutabilidad del Universo –el cambio constante--, acaba por desabrocharle la blusa al propio inmovilismo, y descubre que la vida en esencia se mueve y nos mueve, y con ello nos airea y nos ventila.
Por eso me preocupan tanto, paisano, los que dicen que nunca han cambiado un ápice su manera de pensar. La ranciedad a la que suelen oler sólo les sirve de coartada para no admitir que, pese a todo, se nos brinda cada día la posibilidad de volvernos un poco menos garbanzos negros en un universo que inevitablemente se expande, achicándonos hasta los límites infinitesimales de lo ridículo.

(@suarezgallego)

miércoles, 24 de abril de 2013

Por mayo verás las banderas




Me decía días pasados el “Cantaorejas” --un contertulio aficionado al cante con el que comparto alguna vez que otra el espacio tabernario—  que el mes de mayo es el mes de las banderas: “Si no fíjese usted –me explicaba--, banderas rojas que llevan los sindicalistas el día del trabajo; banderas de tós colores que llevan los barandas de las romerías de mayo; banderas de  rayas que sacan los forofos a los campos de fútbol pa animá la Liga y la Championlí, o cómo demonios se llame; banderas con las que unos y otros se limpian la sangre y los rencores de las guerras de  los talibanes…. ¿Y las plazas de toros?, sobre tó la Maestranza de Sevilla y las Ventas de Madrid, llenas de gente hasta la bandera... Se ha dao usted cuenta que hasta toas las mujeres por mayo son unas mujeres de bandera...

Mi contertulio “Cantaorejas” es un pensionista minero, de esos de edad imprecisa que lleva grabada en la cara la evidencia certera de que la silicosis,  el tabaco y el coñac de haber ahogado muchos gusanillos mañaneros, no van a dejarle que cumpla la edad que  representa. No es consciente de la transcendencia que tuvo el “mayodelsesentayocho”, cuando, también por mayo, se  levantaron las banderas en las calles de París buscando la playa debajo de los adoquines. 

¡Si el pobre “Cantaorejas” supiera que hoy muchas de aquellas banderas arrastran sus pespuntes de nostalgia por las moquetas de los despachos oficiales! Con razón se me queja, entre trago y trago, que cada año que pasa las banderas de los sindicatos van siendo menos rojas; que cada mayo que pasa las banderas de las romerías van siendo más laicas, y que cada vez hay menos hombros en las tabernas a los que agarrarse para cantarle por lo “bajini” a las orejas del alma:

Desgraciao aquel que come
el pan en manita ajena.
Siempre mirando a la cara
si la ponen mala o güena.“

El desencanto también tiene su bandera, y nunca faltan malos vientos que la tremolen. Sobre todo en este mayo en el que los mástiles de la esperanza los tenemos desde hace meses repletos de banderas piratas.

(@suarezgallego)

domingo, 14 de abril de 2013

Manuel Bonillo Ossorio, una vida sencilla y honesta.





            A la edad de 94 años nos ha dejado Manuel Bonillo Ossorio, natural de la Aldea de La Mesa, en Carboneros. Un paisano de estas tierras de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena que durante su vida, tal vez sin ser consciente de ello, fue fiel al ideario universal de la gente sencilla y honesta que definió Mahatma Gandhi: “Posiblemente lo que hagas no sea importante, pero es importante que lo hagas”.

            Manuel Bonillo era nieto de uno de los mineros --con idéntico nombre y apellido que el suyo-- que vinieron de la comarca almeriense de Albox cuando a partir de 1861 comenzó un auge del plomo en el distrito minero de Linares-La Carolina. Eran llamados aquellos otros colonos los “tarantos” debido a sus familias numerosas y su procedencia de tierras de Almería. Los descendientes de muchos de ellos dejaron las galerías mineras y se agarraron a la tierra como agricultores y hortelanos. Fue el caso del padre de Manuel, Domingo Bonillo Collado, conocido por “Chivones”,  en cuya huerta, que aún se conoce por ese nombre, comenzó a trabajar el mayor de sus seis hijos, Manuel Bonillo Ossorio, a la edad de nueve años, hasta que con 17 años se alistó al bando republicano durante la Guerra Civil del 36/39. Concluida ésta pasaría otros tres años más de “mili” bajo el bando vencedor.

            De vuelta a su aldea su vida fue la de un hombre sencillo de campo, jornalero, aceitunero y hortelano, querido y respetado por su honradez, honestidad y esfuerzo en el trabajo, con el que junto a su esposa Emilia Avi Ibac sacó adelante, no sin mucho esfuerzo y tesón, a sus tres hijos Domingo, Juan Francisco y Manuel Jesús. Se hizo merecedor de la confianza de todos con cuantos trabajó, y del respeto de todos los que le conocieron.

Hasta no hace tanto tiempo, casi nonagenario, se le veía todos los días al amanecer encaminarse con su burra a su huerta, aquella de su padre en la que comenzó a trabajar siendo un niño aún. En ella labraba toda clase de hortalizas  de las que cada día presumía de que eran las más naturales pues no les ponía producto químico alguno, siendo coherente hasta el final de sus días con el entorno en el que pasó toda su vida y del que vivió.

            Descanse en paz Manuel Bonillo, quien desde la sencillez de su vida la hizo importante para quienes lo quisieron y quienes le respetaron durante casi el siglo de su sencilla y honrada existencia.


Publicado el Diario JAEN el domingo 14 de abril de 2013

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jueves, 4 de abril de 2013

Polideportivo Álvaro del Bosque




Mira, paisano, los indios de las lejanas riberas del lago Maracaibo, en la actual Venezuela, dicen que todo hombre o mujer, ya sea joven o viejo, rico o pobre, bueno o malo, muere tres veces: La primera cuando lo hace la carne, la segunda cuando desaparecen los huesos, y la tercera cuando se cae en el olvido de las generaciones, siendo ésta, según parece, la definitiva.
Es por ello por lo que en los pueblos se recurre a bautizar los lugares de uso común con el nombre de las personas que queremos recordar en la memoria colectiva. Algo que no siempre es fácil, la verdad, porque priorizar entre lo urgente y lo importante a la hora de encumbrar al recuerdo, o relegar al olvido, a los que creemos que lo merecen, es un encaje de bolillo que se suele tejer con los avatares del momento.
 Personalmente, paisano, preferiría que si tuviera que dar mi nombre a un lugar público fuera a alguno que no ambicionara alguien, así nadie tendría el menor interés en cambiarlo cuando muerta mi carne y desaparecidos mis huesos, no quedara de mí más que mi nombre esculpido en el tiempo. Uno de esos sitios bien podría ser el vertedero municipal, hoy eufemísticamente llamado  “planta de reciclaje de residuos urbanos”. Vamos, paisano, el basurero de toda la vida. Si mi carne y los huesos que de mi sirvan los he donado para que sean “reciclados” en otros cuerpos y puedan seguir dando vida, ¿por qué no ha de servir mi nombre como estímulo para que se recicle también todo aquello que ya no queremos o no nos sirve? Te aseguro, paisano, atendiendo a tres adjetivos muy actuales, que cuando ya no se puede ser ni saludable ni terapéutico, lo mejor es ser sostenible.
El próximo sábado en Carboneros se inaugurará el polideportivo municipal, y su alcalde, mi buen amigo Domingo Bonillo, junto a su corporación, le han puesto el nombre de Álvaro el Bosque, hijo del seleccionador nacional Vicente del Bosque, que es ese chico con síndrome de Down que vimos con la camiseta de “La Roja” en el autobús triunfal de los campeones del mundo de futbol junto a los Iniesta  y a los Casillas, expresando con su sonrisa un “y yo también” en nombre de todos aquellos que “también son y están” en la realidad de nuestros días. La tierra que se extrajo para poner la primera piedra del edificio la recibirá Vicente del Bosque como Colono de Honor de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la Olavidia de nuestros anhelos, y un partido de futbol sala entre jugadores de Madrid y Jaén con síndrome de Down será su primera actividad. El saque de honor lo hará Pablo Pineda, actor y primer licenciado europeo con este síndrome. Todos llevarán en la camiseta un lema: “En Carboneros: ¡También podemos!”. Y te aseguro, paisano, que pueden.
Publicado en Diario JAEN el martes 2 de abril de 2013
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